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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sin santuario

PARA ACABAR con ETA se precisan medidas políticas. Ahora bien, ninguna lo es tanto como la de terminar con el mito de la invulnerabilidad de sus jefes o la de la reproducción espontánea de sus miembros. Ni santuario francés ni hidra de siete cabezas: un grupo de fanáticos cuya notoriedad depende de su falta de escrúpulos para matar o mandar que otros maten. Por ello, la captura de Artapalo y las que ahora han abortado el intento de recomposición de la cúpula terrorista suponen el método más seguro para ayudar a desengancharse de la violencia a esos miles de simpatizantes y votantes de Herri Batasuna (HB) que constituyen la cantera del terrorismo.Ello no significa que haya que desdeñar otras posibles medidas destinadas a dar una salida, tras la desaparición de ETA, a quienes han quedado apresados en la trampa de la violencia. Pero sin caer en la que tienden los que contraponen medidas políticas y policiales: como si la detención de quienes intentan recomponer las redes terroristas no fuera la más eficaz de las medidas políticas imaginables. Incluso pensando en ese día después. Desde hace años, el principal factor de identificación con ETA ha sido su imagen de omnipotencia: la de quienes se consideran con derecho a decidir sobre la vida de los demás sin sometimiento a norma moral alguna. Para combatir esa forma de adhesión es preciso demostrar a los adolescentes tentados de tomar el relevo que la eficacia de sus ídolos sólo se manifiesta a la hora de ordenar matanzas, no a la de escapar de la justicia.

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