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El hijo de un conductor de tranvías

"Después de tenerlo tantos años a mis órdenes, nada me haría más feliz que ponerme a las suyas", dijo el ministro de Asuntos Exteriores austriaco, el conservador Alois Mock, cuando presentó a Klestil en el último mitin de la campaña electoral. De esta manera definía exactamente la vertiginosa carrera del nuevo jefe de Estado, un desconocido diplomático con 35 años de servicio, a quien no ha costado mucho convertirse en un político y ganarse las simpatías de los austriacos, la mayoría de los cuales no sabían de su existencia hasta que, hace seis meses, el partido conservador le eligió como candidato. Klestil es el epítome de la igualdad de oportunidades que pregona el neoliberalismo. Nacido en Viena de familia humilde -su padre era conductor de tranvías-, ahora forma parte de la alta burguesía de la ciudad imperial. Estudió Economía y pasó por la Escuela Diplomática. Su ascenso social lo debe en parte a su matrimonio con Edith-Maria Wielander, joven de muy buena familia.

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Tiene tres hijos: Ursula, Thomas y Stefan, y todos ellos han acudido a numerosos mitines electorales acompañados de sus novios y novias, introduciendo en la cultura política austriaca -sobría de natural- el elemento familiar que aprendió en su estancia en Estados Unidos, donde pasó la mayor parte de su extensa carrera diplomática, un total de 21 años.

Fue cónsul en Los Ángeles, embajador en las Naciones Unidas, en Nueva York, y finalmente embajador en Washington. En la actualidad es secretario general del Ministerio de Exteriores.

Durante su estancia en Washington estalló el escándalo Waldheim. A pesar de su amistad con el entonces presidente norteamericano, Ronald Reagan, no pudo evitar que Waldheim fuera incluido en la lista de indeseables a quienes no se permite la entrada en el país, lo que le valió numerosas críticas en Austria. Una parte de su partido no se lo perdona.

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