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FERIA DE SAN ISIDRO

¡Oreja que regalan!

Pilar / Niño de la Capea, Espartaco, LozanoDos toros de El Pilar (cuatro fueron rechazados en el reconocimiento), lo bien presentado, inválido, noble; 2º devuelto por impresentable, anovillado, chico, sospechoso de afeitado e inválido. Cuatro de Joâo Moura, con trapío, casta y nobleza. Sobrero de María Lourdes Martín, bien presentado, inválido, manso. Niño de la Capea: estocada corta a toro arrancado y dos descabellos (silencio); media infamante escandalosamente atravesada y baja (protestas). Espartaco: cuatro pinchazos bajos y bajonazo escandaloso (silencio); estocada corta baja (oreja protestadísima). Fernando Lozano: dos pinchazos -aviso-, otro pinchazo y estocada baja (pitos); estocada saliendo cogido (oreja con algunas protestas, que pasea la cuadrilla). Enfermería: Lozano sufre cornada en una pierna; pronóstico menos grave. Plaza de Las Ventas, 22 de mayo. 14ª corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

JOAQUÍN VIDAL

¡Oreja que regalan! ¡Gracias!

La que se armó con la oreja de Espartaco (no la suya; una del quinto toro), obsequio del presidente. La afición se puso levantisca con ese regalo, la mayoría se rasgaba las vestiduras y hubo quien, en su desesperación, salió corriendo para coger sitio en el Viaducto.

Otra oreja que regaló el presidente media hora después a Fernando Lozano fue también protestada pero sólo un poquito y sin demasiada convicción. El torero beneficiado había sufrido una cornada, y las cornadas redimen a los toreros de todas sus inhibiciones y de todos sus fallos.

Además, no está tan claro que la oreja fuese un regalo. Pues si es cierto que al toro agresor -un tarrito de miel, un prodigio de boyantía, la máquinita de embestir hecha carne y cuerno- lo toreó muy mal, no es menos cierto que lo mató muy bien, yéndose detrás de la espada y hundiéndola hasta la bola por el hoyo de las agujas. Y está establecido en las tablas de la ley que una buena estocada vale una oreja, la cual debe ser concedida con todos los pronunciamentos favorables.

Fernando Lozano estuvo toreando mal toda la tarde y lo peor es que no parecía darse cuenta. Cuando al tercer toro le pegaba pases desacompasados y destemplados, y el público decía no, en lugar de corregir la faena -es decir, ponerse a parar, templar y mandar; así de sencillo- lo que hacía era dirigir furibundas miradas al tendido. Un síntoma preocupante, este, porque si se creía un incomprendido, y no se enteraba de que estaba toreando mal, difícilmente sabrá cómo se torea bien.

Luego salió aquel bombón que nadie ha conocido más rico en una corrida de toros y, claro, no mejoró los pases. ¿Y para qué los iba a mejorar, por otra parte, si estaba convencido de que su toreo era inmejorable? Esta vez le salieron más relajados y compuestos, aunque derivaba de un terreno a otro -en los medios, en el tercio, en el tendido del diez, en el del uno, vuelta a los medios- y el recorrido, el ritmo, la suavidad, los ponía el toro, que iba y venía a su aire. En el transcurso de la faena se produjo un error de distancias y sobrevino el primer volteretón. Y, a los pases mil, llegó la hora de la verdad. Y ahí sí hubo torero. Ahí sí hubo arrestos e incluso arte para marcar los tiempos del volapié. El estoconazo costó la cornada. Un precio alto, desde luego, aunque no tanto si se tiene en cuenta el premio que ganó Fernando Lozano con esa decisión suprema de jugarse el todo por el todo a la hora de la verdad.

La corrida entera constituyó un lujo y sólo hacían falta toreros que la supieran torear. No los hubo. Niño de la Capea, que sufrió un tremendo susto cuando perdió pie al bregar en el primer toro y estuvo unos segundos a merced de sus astas, anduvo toda la tarde como espantadizo: citaba y, al llegar el toro, se quitaba de allí precipitadamente. Al cuarto lo mató de alevosa manera. La nobleza del toro no merecía semejante puñalada. En realidad no la merecía ninguno, ni siquiera el segundo, que se quedaba corto -ese fue su único problema- y Espartaco lo ejecutó metiéndole un sablazo por los bajos vergonzantes.

Espartaco, el profesional de la época, el técnico por antonomasia o eso dicen, no aportó técnica alguna para dominar ese toro. Sí se la aplicó al quinto, en cambio, pero entonces no hacía ninguna falta. Lo que hacía falta era arte, inspiración, gusto al menos para embarcar aquella embestida pastueña, y nada de eso supo allegar a la faena. Pegó pases, sí -los derechazos, los naturales, los de pecho empalmados- y los pegó sin cruzarse, metiendo pico y con la suerte descargada. Curiosa forma de torear un toro noble. Se duda, incluso, de la eficacia de sus tecnicismos, que nada tenían que ver con el arte de torear. Si acaso, valdrían para la industria pegapasista. Porque si hay en la arena un toro noble, y un torero se lo trae toreado de delante, y lo embarca en la panza de la muleta, y le gana terreno cargando la suerte, y al rematar ya está cruzado de nuevo, esa es la verdadera técnica, y la plaza rinde el olé puesta boca abajo.

Nada de lo dicho sucedió. El torero remató su pegapasismo matando bajo. Y al presidente le trajo sin cuidado todo eso pues fue y le regaló una oreja. Y gran parte del público reaccionó con una de las protestas más indignadas y más sonoras que hayan podido oirse en esta plaza. Y sí, algunos aficionados, que gritaban "¡Por el morro, se la ha dado por el morro!" -y se daban bofetadas, y se arrancaban las barbas a puñados-, perdidos en su desesperación los alicientes para seguir viviendo, se marcharon a coger sitio en el Viaducto. Pero que nadie brinde con champán, pues no se tiraron. Y hoy estarán en el tendido otra vez, vigilantes e inflexibles. A ver qué pasa.

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