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FERIA DE SAN ISIDRO

La cabra

Garzón / Manzanares, Domínguez, CaballeroCuatro toros de Juan Andrés Garzón (dos, rechazados en reconocimiento), de escaso trapío; 2º, anovillado; 3º cinqueño; flojos, de poca casta y aborregados; 6º devuelto por chico e inválido. Dos de Gabriel Hernández, terciados: 4º manso, 5º inválido. Sobrero de Ortigao Costa, terciado, inválido, manso. José Mari Manzanares: pinchazo y estocada corta atravesada baja (silencio); metisaca bajísimo, dos pinchazos bajos, otro perdiendo la muleta, pinchazo bajo y media caída (silencio). Roberto Domínguez: pinchazo y bajonazo escandaloso (silencio); pinchazo, estocada atravesada, rueda de peones -aviso- y dos descabellos (silencio). Manuel Caballero, que confirmó la alternativa: estocada trasera baja, rueda de peones y dos descabellos (aplausos); pinchazo, media trasera caída, ruedas vertiginosas de peones que ahondan el estoque y dos descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 19 de mayo. 1 la corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

JOAQUÍN VIDAL Sacaron una cabra.

Una cabra, en el ruedo de una plaza de toros, constituye gran novedad. Principalmente para la cabra.

Una cabra, en el ruedo de una plaza de toros, se deprime. Allí sólo encuentra arena, la pobre. Nada de zapatos viejos, cáscaras de melón, la rueda de un coche, todas esas ambrosías que a las cabras tanto gustan. Antaño sí tenían alicientes para las cabras los ruedos de las plazas de toros. Era cuando el público, con ocasión de mansos pregonaos o bajonazos infamantes, se ponía furioso y arrojaba a los lidiadores albaricoques, botellas de gaseosa, latas de sardinas, todo lo cual les vale a las cabras para pegarse un banquete nupcial.

Afortunadamente para la dignidad del ser humano (y desgraciadamente para la del caprino), ahora el público de las plazas de toros está civilizado y no tira nada al ruedo. E incluso si salta allí una cabra, se siente dichoso. Parte del público de Las Ventas, ayer, al ver la cabra, se frotó las manos presagiando que, sin toros en el redondel, podría contemplar faenas maravillosas.

Ya es sabido que, a muchos toreros, lo que más les molesta en el mundo, son los toros. Si no fuera por los toros, todos serían Joselito y Belmonte. Mejor dicho: Joselito y Belmonte, a su lado, pobres de pedir. Hay que hacerse cargo: un toro, sólo con verlo, mete miedo, embiste fiero, en un momento dado hasta puede acordarse de que tiene cuernos y blandirlos en plan canalla. Una cabra, en cambio, es placentera, salvo algunas que tiran al monte. No era este el caso de la que salió en Las Ventas, desde luego, y Manzanares aprovechó para interpretar la quintaesencia del arte de torear. Lo hizo instrumentando tres redondos excelsos. Tres pases en redondo, pura filigrana de temple y de mando, que figuran entre lo mejor de cuanto se haya visto a lo largo de la feria. Se cojen esos tres pases en redondo de Manzanares, otros tantos naturales de Ortega

Cano el día que salió la mona, la trincherilla y dos pases de la firma que dio Fernando Cepeda un sábado a las nueve, y ya tenemos, hermosamente agavillada, media faena representativa del toreo contemporáneo para enseñarla en la Expo.

Manzanares dio esos tres redondos y pudo dar 300, ya que estaba allí la cabra; pero no debió de querer, o quizá se le acabó la inspiración, a causa del enrarecido ambiente. Pues si gran parte del público se sentía feliz con la cabra, a otra parte menor le sentó como si le hubieran mentado a la familia, y protestaba a gritos. El público en su parte menor estuvo protestando toda la tarde. Cabras en sentido estricto sólo hubo otra, que salió en sexto lugar y fue devuelta al corral, por inválida y por cabra. Pero el resto, aunque más crecidito, no tenía mayor fuste.

El resto consistió en unos toretes escasos de fuerza y con el trapío bien justito, mansos en la prueba de varas, aborregados en la del derechazo. Manzanares, a uno de estos, simplemente lo aliñó. Roberto Domínguez llevó al primero de los suyos de parte a parte de la plaza pegándole derechazos, mas no porque ganara terreno sino porque lo perdía. En el otro tampoco se estuvo quieto. Roberto Domínguez hizo una exhibición de faenas corridas y agachadas. Tiene mérito. Correr agachado, especialidad emérita de Domínguez, no está al alcance de cualquiera.

Manuel Caballero toreó al boyante novillote de su confirmación de alternativa con la suerte descargada primero, cargada después, y siguió adelante de inconexa manera hasta impacientar a la afición. En su siguiente comparecencia le devolvieron la cabra al corral, y pues el sobrero era manso, no pudo lucirse. Los presidentes deberían pensárselo mucho antes de devolver cabras al corral, pues si cuando hay toros no hay toreros y cuando hay toreros no hay cabras ¿qué va a ser de la fiesta?

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