Vuelo sin retorno
Viaje en el avión más veloz del mundo con origen y destino en el aeropuerto de Granada
Los patrocinadores eligieron para el crucero el Concorde, el avión más veloz del mundo; aparentaban, pues, mucha prisa. Los invitados partieron del aeropuerto de Granada y tras 2.000 kilómetros y superar la velocidad del sonido avistaron por fin su destino: el aeropuerto de Granada. Fue un extraño y paradójico viaje compuesto de una ida que en rigor comprendía la vuelta, de un origen que era al mismo tiempo el destino, como la filosofia del eterno retorno.
La experiencia organizada por la Caja General de Ahorros de la provincia el pasado miércoles sirvió para demostrar cómo se puede ir de Granada a Granada en una hora y cuarenta minutos, siempre que se vaya en vuelo supersónico. De otro modo, parece imposible.Quizá por el misterio que encerraba este vuelo, al que fueron invitadas 100 personas, el pasaje iba provisto de numerosas cámaras y tomavistas que usaban profusamente, hasta el punto de que cuando no había ya nada más que perpetuar los pasajeros fotografiaban a los que a su vez les estaban fotografiando a ellos, como si buscaran en la imagen del otro al fedatario de un viaje que era un acto de fe. De hecho, cuando el Concorde de Air France remontó el vuelo nadie sabía -ni parecía importarle la ruta. En el pasaje prevalecía una rara unanimidad por olvidar Granada lo más rápido posible, lograr los 2.200 kilómetros a la hora, ascender a 16.000 metros de altura, con el objetivo de recobrar Granada cuanto antes.
Fue, sin paliativos, un viaje provinciano, al menos de una provincia a la misma provincia. La Caja de Ahorros, preocupada por la curiosidad filosófica que entre el pueblo podía promover la mayor experiencia sobre la inmovilidad a bordo del avión comercial más veloz de cuantos hienden los aires, puso anuncios en los diarios y fletó autobuses para que miles de personas testimoniaran cómo aquel intrépido pájaro ascendía y descendía.
Familias enteras partieron horas antes hacia el aeródromo para boquiabrirse ante el avión. Algunas traían el almuerzo en fiambreras e improvisaron la comida bajo los árboles a la espera del Concorde. Otros permanecieron como estampados contra la vidriera de la cafetería, igual que cuando hace 20 años se inauguraron las pistas y aquel novedoso ir y venir de aviones se convirtió en el espectáculo de los domingos finales del franquismo.
Los viajeros no estaban dispuestos a dejar escapar algún testimonio de aquel acto de fe, del que sin embargo regresaron sin pruebas. El viaje sólo era apto para creyentes. Un relator iba explicando que los viajeros ya estaban en Jerez, y luego bajo el Cabo de San Vicente, y más adelante camino de las Azores. El pasaje era muy crédulo y conforme recibía las noticias que confirmaban el avance de la aeronave hacia su objetivo final disparaba con más asiduidad si cabe las cámaras y abandonaba los asientos para captar perspectivas inéditas y gestos, sobre todo gestos de confianza de la tripulación que probaran la sensación ilusoria de estar en las Azores, Lisboa, Cáceres.
Las azafatas repartieron generosamente champán francés, lo que motivó muchos brindis. Todos estaban felices. Cuando los invitados arribaron por fin a Granada, el número de espectadores se había incrementado, y acogieron con un silencio litúrgico la aparición de los viajeros. La Guardia Civil no creyó conveniente que los invitados pasaran aduana, pues lo que tenían que declarar eran sensaciones imaginarias de poca utilidad para el contrabando y que pasan sin problemas bajo el arco que detecta los metales.
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