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El gran juego turco

"La política de un país la dicta su geografía", decía Napoleón. Esta fórmula es especialmente cierta en el caso de Turquía. En efecto, tiene una posición estratégica extraordinaria, pero, por esa misma razón, tiene que adaptarse a la manera en que la perciben sus vecinos.Puesto que tiene la cabeza en Europa y el cuerpo en Asia, no es del todo mediterránea para los mediterráneos. Y para los europeos no es verdaderamente europea, porque no olvidan que de sus 56 millones de habitantes más del 90% es musulmán ni que el Imperio Otomano ha sido el bastión del islam suní.

En cambio, sus vecinos árabes e iraníes no la consideran auténticamente musulmana, por mucho que sea miembro de la Organización de la Conferencia Islámica, porque Ataturk, que fundó la Turquía moderna en 1923, hizo de ella un Estado laico y adoptó el alfabeto lati no. La antigua Unión Soviética le reprochaba el ser un fiel pilar de la OTAN, y para Rusia sigue siendo un adversario heredado ¡que controla los estrechos que dan acceso al Mediterráneo! Por el contrario, las repúblicas musulmanas turcohablantes de Asia central ven en ella un alia do potencial. El modelo turco es para ellas infinitamente más atractivo que el antiguo modelo soviético, y tiene un significado para todos los países musulma nes que rechazan el integrismo.

Para hacer frente a estas si tuaciones contradictorias, An kara se ha provisto de varias bazas. Éstas deberían permitirle practicar lo que los agentes británicos del Intelligence Service llamaban el gran juego: con quistar los corazones y seducir las mentes con el fin de ejercer una influencia política y dispo ner de mercados. Turquía, que no quiere que se la siga considerando como un país del Tercer Mundo, ha desarrollado considerablemente su economía en el triple plano industrial, agrícola y de servicios. Su tasa de crecimiento ha superado el 9% en 1990. Ha emprendido el proceso democrático y hace esfuerzos -aunque éstos sigan siendo insuficientes- por alcanzar las normas europeas con relación al respeto de los derechos humanos.

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Con la vista puesta decididamente en Occidente, los dirigentes turcos solicitaron en 1989 su adhesión a la CE. Los Doce se negaron educadamente y aplazaron hasta 1993 el examen de su posible candidatura. Que por eso no quede: Turquía ha intentado anclarse en Europa y el Mediterráneo organizando su propia red.

A iniciativa suya, en abril de 1991 se constituyó la Comunidad Económica del Mar Negro (CEMN), que agrupa a los países balcánicos mediterráneos (Albania, Grecia, Yugoslavia), así como a Bulgaria, Bielorrusia, Georgia, Moldavia, Rumania, Armenia y Azerbaiyán. A pesar de la crisis que atraviesan varios de sus países miembros, la CEMN ha decidido crear una cámara de comercio e industria, un instituto de. investigación para la cooperación económica balcánica y un banco para el desarrollo balcánico.

Con vistas a Oriente Próximo, Turquía tiene lo que yo llamaría el arma blanca: el gran embalse de Ataturk, que se llenó de agua en 1990, el más importante de los 21 embalses y las 17 centrales hidroeléctricas construidas sobre el Éufrates. Aunque Ankara lo niega oficialmente, tiene ahí un formidable medio de presión y de negociación frente a sus vecinos que necesitan agua, especialmente Siria, Jordania, Israel y también Irak, pero en menor medida, dado que este último tiene también el Tigris. También es una buena baza con respecto a las petromonarquías del Golfo, esta vez en el ámbito de los hidrocarburos, puesto que varios de los oleoductos que transportan el oro negro hacia el Mediterráneo atraviesan su territorio.

El hundimiento de la Unión Soviética ha sido evidentemente una ganga formidable para Ankara: la amenaza que representaba el imperio de la hoz y el martillo se ha debilitado considerablemente. Mejor todavía: liberada de la tutela del Kremlin, el Asia central musulmana y turcohablante es una especie de tierra prometida para Turquía. Con respecto a sus dos principales rivales, Irán y Arabia Saudí, los turcos disponen de excelentes bazas en los campos de la cultura y la tecnología.

Estas bazas se llaman televisión, teléfono, idioma turco y alfabeto latino. Han empezado a jugar con ellas. Utilizando el satélite Intelsat IV, en órbita sobre el océano índico, la televisión turca espera poder emitir cerca de 500 horas semanales de programas culturales, de información y de variedades.

Una tercera parte de estos programas estará en turco simplificado, de manera que la mayor parte de los 60 millones de turcohablantes de las repúblicas de Asia central pueda comprenderlos, a pesar de la diversidad de sus dialectos. Además, estarán subtitulados en alfabeto latino para incitar a los países que todavía no lo han hecho a que renuncien al alfabeto cirílico y no adopten la escritura árabe. En esta guerra del alfabeto, Ankara le lleva ventaja a Teherán, Riad y Moscú.

A la larga, también es un mercado potencial para los periódicos y los libros turcos. No es nada despreciable, dado que, de los 125.000 títulos publicados al año por los 18 países ribereños del Mediterráneo, Turquía ocupa la quinta posición, con cerca de 7.000 títulos, después de Francia, España, Italia y Yugoslavia, pero antes que Egipto. En la misma línea, Ankara ofrecerá de 5.000 a 10.000. becas de estudio a estudiantes de Asia central.

Otra baza: el teléfono. El satélite de telecomunicación Turk-Sat, que deberá ser lanzado el próximo otoño a iniciativa de Ankara, permitirá que las repúblicas de Asia central dispongan por fin de una red telefónica mundial que funcione sin tener que pasar por Moscú. Por último, mientras la Turkish Airways establece cada vez más enlaces regulares entre Estambul y las capitales de las repúblicas recientemente independizadas, intelectuales y políticos empiezan a plantear la cuestión: "¿Por qué no construir una comunidad de Estados turcos?".

Un obstáculo grande: la cuestión kurda. ¿Puede conducir a una división del país? Este riesgo no uede descartarse (véase EL PAÍS del 9 de marzo). En cualquier caso, parece muy probable que si el presidente, Turgut Ozal, contra la opinión de sus generales, involucré a Turquía en la coalición antúraní en 1990-1991 fue porque Bush le habría asegurado que Estados Unidos se opondría a la proclamación de un Estado kurdo independiente.

Actualmente, se ha iniciado una carrera de velocidad entre las autoridades y los rebeldes del PKK. Estos últimos se proponen aprovechar la efervescencia provocada por la guerra del Golfo y la simpatía de la que goza la causa kurda entre la opinión pública mundial. También saben que está previsto un proyecto de 20.000 millones de dólares, gracias al embalse de Ataturk, para favorecer el desarrollo de seis provincias del sureste de Anatolia (poblada por kurdos) a través de la irrigación de 65.000 kilómetros cuadrados. ¿No sería el desarrollo que resultaría de ello un factor de desmovilización que afectaría al PKK?

Desde luego, sería deseable que, como les gustaría a los Doce y al Parlamento Europeo, la cuestión kurda fuera abordada y resuelta dentro de un marco democrático. Las autoridades habían empezado a adoptar esta vía. Por desgracia, a raíz de los atentados del PKK, las fuerzas de orden público han intervenido con una sorprendente brutalidad. La democracia es un largo aprendizaje.

Paul Balta es director del Centro de Estudios Contemporáneos de Oriente de la Universidad de la Sorbona, en París.

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