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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Balance argelino

TODO PARECE indicar que está llegando la hora de una primera rendición de cuentas en Argelia. Es decir, que, consolidado el golpe de Estado, establecida en el poder la junta cívico-militar de forma que parece estar controlada, la posible capacidad de subversión del integrismo islámico que ganó las únicas elecciones libres celebradas en la historia del país -y que fue privado de los frutos de su victoria alegando la decisión integrista de liquidar el orden constitucional-, hay que ponerse a sanear la situación y a hacer política.Y la única forma en que parecen saber hacer política los golpistas argelinos es, en primer lugar, haciendo justicia. Una de sus primeras muestras es la condena a la pena capital de 13 guerrilleros del islamismo más extremo, presuntos culpables de haber dado muerte a tres soldados. El régimen argelino intenta así defenderse de posibles amenazas a su propia supervivencia y, como ocurre a menudo con aquellos sistemas que tienen enormes dificultades para sostener su propia legitimidad, apela a la pena máxima como método disuasorio, en un afán de impedir que la contestación se amplíe y radicalice. La historia es pródiga en fracasos de este tipo de políticas.

Conviene, no obstante, reflexionar sobre lo que pretende obtener el poder argelino con su particular manera de servirse de los tribunales. Al tiempo que se anuncia la condena de los guerrilleros integristas, se hace público el procesamiento del general Mostefá Belucif, antiguo coordinador máximo de los servicios del Ministerio de Defensa y, sobre todo, importante colaborador del anterior presidente, Chadli Benyedid, quien, cuando menos formalmente, propició con su dimisión el actual golpe institucional que dio paso a la junta hoy en el poder. Las acusaciones al general se integran en el discurso, ya de dominio público, contra la corrupción del pasado régimen, el del partido único FLN, que gobernó el país desde la independencia, en 1962, hasta el golpe del pasado año.

Se trata, por tanto, de poner en práctica lo que con drástico gracejo describía, por los años veinte del siglo pasado, el rey Fernando VII: "Palo a la burra negra, palo a la burra blanca". 0 lo que es lo mismo, con una mano se avisa a los islamistas subversivos de lo que les puede ocurrir si no dan por bueno el interinato del Ejército, y con la otra se comienza a proceder contra los hombres del antiguo régimen. Imparcialidad que se pretende convincenite y con la que se trata de impresionar a la opinión pública. La conclusión no escrita sería la de que ni unos ni otros estaban en el camino correcto. Unos, por tomar las armas contra la voluntad rectificadora de los golpistas; los otros, por haber pervertido el ejercicio del poder cuando lo ocuparon a sus anchas.

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Habrá que ver las repercusiones inmediatas de esta especie de balance judicial que quiere hacer la junta. La condena de los 13 guerrilleros y el amago contra el régimen caído que apunta contra el propio Benyedid, ¿son sólo radicales advertencias a unos y a otros, que no necesariamente han de tener seguimiento, o el comienzo de una represión en toda regla?

Ninguna de las dos opciones ofrece en sí misma grandes expectativas de recuperación del curso democratico. La condena de los integristas, porque aun haciendo abstracción de su eventual legitimidad, si las sentencias llegan a ejecutarse, no harán sino añadir leña de futuros mártires al incendio de la protesta. Y la persecución de la Corrupción del anterior régimen, porque la nonata democracia argelina es la que debería haber podido llevarla a cabo. A fin de cuentas, el espectáculo de unos militares distinguiendo cuidadosamente entre la corrupción del Ejército y la del partido, a los que pertenecieron tirios y troyanos, es, además de modelo de oportunismo, un álgebra celestial con la que sólo el grosor de un cabello sabría separar lo lícito de lo ¡lícito.

Por todo ello, este intento de borrón y cuenta nueva de la junta argelina, aislada en la marea islámica que no hace sino crecer en África del Norte, como prueban los significativos disturbios anticoptos en Egipto, arriesga mucho de tenerlo todo de borrón y nada nuevo como cuenta.

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