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Los afganos hacen frente al difícil reto de construir una sociedad pacífica

Juan Jesús Aznárez

Un guerrillero islámico entró un día en el Hotel Intercontinental de Kabul y cuando las puertas del ascensor se abrieron automáticamente dio un paso atrás asustado. Como este muyahid, que agotó la mayor parte de su vida entre riscos y lanzagranadas, la mayor parte de los habitantes de Afganistán, analfabetos o escasamente ilustrados, apenas si están preparados para el desafío de una nueva vida civil y pacífica.

El Consejo Provisional de Gobierno, cuyos primeros objetivos son alimentar adecuadamente a 22 millones de personas y recobrar la energía eléctrica en la capital, afronta un trabajo de reconstrucción nacional gigantesco, pero antes de nada deberá conseguir la pacificación de las guerrillas de Gulbudin Hekmatiar que, derrotadas en Kabul, luchan en zonas rurales como en los tiempos de la resistencia contra la ocupación soviética."Ese hombre que ve usted con el Kaláshnikov todos los días en cualquier parte del país no sabe hacer otra cosa que disparar. Cada persona puede tener hasta cinco armas. La Unión Soviética y Estados Unidos convirtieron este país en un arsenal", dice un joven estudiante de Medicina cuya única aspiración es instalarse definitivamente en Estados Unidos.

"La vida humana", añade, "no tiene ningún valor". "Era más sencillo matar a una persona que a un pájaro". Afganistán decretará pronto la ley islámica Sharia, que establece entre otros mandamientos la amputación de un miembro en caso de robo, pero tardará décadas en recuperar parte de la destrucción causada por 13 años de guerra.

El profesor Moyadedi, nuevo presidente de Afganistán, prometió ayer en la mezquita principal de Kabul ser generoso con la suerte del ex presidente Mohamed Najibulá, bajo protección en una sede de la ONU.

Pero más que la suerte del procónsul de Moscú, a los ciudadanos de este país les preocupa cómo salir de su miserable existencia. Los afganos poco saben del mundo exterior tras un aislamiento de décadas.

La nueva Administración efectúa declaraciones moderadas y no es probable un alineamiento a corto plazo con Irán. "Este país necesita una masiva ayuda exterior, y a nadie en el consejo le interesa manifestarse fanáticamente. Sólo conseguirán retrasar la asistencia internacional", comentaba un periodista británico con años de experiencia en Afganistán.

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Pocas cosas funcionan en Kabul. Los centros académicos están cerrados, al igual que en el aeropuerto se carece de electricidad; el agua es intermitente, y la comida se vende a precios astronómicos.

El comandante Ahmed Sha Masud, el líder guerrillero moderado y actual ministro de Defensa, consolida su poder al frente de unos guerrilleros que deberán ser reconvertidos en fuerzas armadas, y el consejo islámico demanda ayuda a los países aliados.

El general Dostam, por su parte, intentaba ayer lavar su imagen de mercenario y ofreció su colaboración al nuevo Gobierno, como poco tiempo atrás la aplicó a sangre y fuego con el régimen expulsado.

En las calles de Kabul, camiones paquistaníes, con sacos de harina, reparten su cargamento, y la población se apiña en los puestos de distribución demostrando sus verdaderas prioridades.

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