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DESAPARECE EL PINTOR DEL HORROR

El grito indefinido

Francis Bacon ha muerto a la edad de 82 años, una edad respetable para morir de un ataque al corazón. Pero, al verlo hace unas semanas en un restaurante de Londres, elegante, aparentando veinte años menos, seguido de un guapo muchacho, supuse que habría muchos años más para discutir con él sobre los méritos y deméritos de su pintura. Ahora, Bacon forma parte de los clásicos, aunque su clasicismo sea un tanto limitado.Nacido en Dublín en 1909, vino a Londres en 1925 y aprendió por sí mismo el arte de la pintura. No se adhirió a escuela alguna y durante muchos años siguió la línea del abstracto. A continuación se hizo expresionista, lo que puede verse como una reversión histórica, ya que se supone que el expresionismo murió con la II Guerra Mundial. Estaba patente en la música de Schoenberg (así como en las propias pinturas de Schoenberg) y en los dramas de Toller, Elmer Rice y Brecht.

El expresionismo tiende a la representación exaltada e histérica de las emociones mediante la distorsión de las formas conocidas. Rara vez se elige la alegría como estado del alma. El género es apropiado en una era en estado de Angst.

Aunque Bacon empezó a pintar en 1930, no presentó su primera exposición hasta 1949. Bacon destruyó la mayoría de sus obras tempranas, y es ¡mposible hablar de fases de desarrollo, como sucede con Picasso. Bacon terminó en 1944 los Tres estudios de figuras al pie de una Crucifixión que ahora se encuentran expuestas en la Tate Gallery de Londres. Es una obra de madurez, en la que una distorsión exagerada busca la expresión de emociones complejas. Desde 1945 Bacon ha sido conocido sobre todo por su serie de papas gritando.

Bacon tomó el Retrato del Papa Inocencio X, pintado por Velázquez, forzándolo hasta el extremo de la histeria. El motivo de tomar una obra de arte conocida era enfatizar el componente emocional escondido tras posiciones de poder y estabilidad. Un papa representa el inmovilismo social y religioso, un orden en calma. El objeto de Bacon era mostrar que el orden es una máscara, o quizá una piedra lisa a la cual se le da la vuelta y muestra una vida de arrebato y repulsión que no desea salir a la luz. Bacon estaba dispuesto a tomar cualquier normalidad superficial para distorsionarla, pero su elección del personaje de Inocencio X se debía a un desafío del orden legado por el tiempo, ya que el rostro torturado y rugiente pertenece tanto al pasado como al presente.

George Steiner ha dicho que, desde Auschwitz, el lenguaje humano ordinario se ha quedado impotente. No hay palabras para expresar el holocausto y puede decirse que tampoco música. Antes de la guerra se habían alcanzado ya los límites de la disonancia. Los pintores expresionistas de principios del siglo XX sabían de qué iba el dolor humano, pero no habían visto sus manifestaciones más espectaculares. Ya en 1893, el noruego Munch había pintado El Grito, que todavía nos estremece como una expresión puramente personal del tormento interior cuando la contemplamos en la Galería Nacional de Oslo. Ensor, Kokoschka y Soutine distorsionan también, pero no como Bacon. La obra de Beckinann y Grosz en la Alemania de posguerra es poderosa pero no fue profética. El estilo de Bacon estaba ya en formación antes de la II Guerra Mundial, pero 1945 fue un año apropiado para que los papas empezaran a gritar.

Bajo mi punto de vista, no hay arte de ningún tipo que resuma mejor la agonía personal y colectiva que esta memorable serie de Bacon. Es una limitación del arte concentrarse tanto en el horror de la vida y algunos críticos han dicho que el poder cinético de la obra de Bacon se opone a que sea aceptado como arte, el cual debería alcanzar la belleza estática mediante la hábil disposición de las formas. El trabajo de Bacon nos grita como un cartel de propaganda: es un testigo de la historia, como lo son las pinturas de Goya, pero muestra únicamente un lado de la historia. Es posible, si queremos, separarlo de la historia y aceptar la visión de Bacon como enteramente personal, en cuyo caso sintetiza la condición humana en su condenada desesperanza de imposible regeneración.

Autodidacta

La técnica de Bacon siguió siendo hasta el final la de un autodidacta. Empezó copiando otras obras y continuó desembarazándose de todo lo que había aprendido sobre anatomía y color. Su obra registra altos precios, lo que en sí mismo no es indicación de excelencia alguna, y constituye también un ejemplo molesto contrario al constantemente debilitado preciosismo de los academicistas británicos. Gran Bretaña no produce una pintura de primera fila. Los británicos son fundamentalmente una raza auditiva entregada a la música y la literatura. Turner o Gainsborough son excepciones. Bacon es la mayor excepción de todos ellos, pero no es ningún modelo. Es tan excéntrico como James Joyce, dublinés, como él, si bien Bacon era hijo de un comerciante inglés de caballos.

Su nombre sigue levantando resonancias equivocadas, ya que hubo un gran Francis Bacon, contemporáneo de Shakespeare, y según creen algunos, el auténtico autor de su obra, cuyo objeto de estudio era el orden de la ciencia y no la disrrupción de una visión individual torturada. Pero hablar de Francis Bacon en Londres es evocar a los papas que gritan, no al Novum Organum. Es difícil decir si podemos hablar de una segunda grandeza de Bacon. Francis Bacon tenía una visión limitada, una técnica deficiente y un mensaje que pare ce ir más allá del arte: sus papas gritan desde un púlpito y lo que gritan es demasiado terrible para ser expresado en palabras. Haber impresionado al mundo con tal horror visual es un lo gro considerable. Muchos no habrían querido lograrlo. El dolor que yace detrás se disuelve ahora en el olvido, pero el grito persiste indefinidamente.

Traductor: Borja González Riera.

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