Mesa y mantel para esperar al Etna
La lava del volcán alcanzó ayer la primera casa del pueblo siciliano de Zafferana Etnea
La lava del Etna se tragó ayer, a las siete de la mañana, la primera casa de Zafferana Etnea, la localidad amenazada en esta ocasión por la erupción de un volcán que periódicamente elige de forma caprichosa hacia qué lado verter sus entrañas incandescentes.Era una pequeña construcción en la periferia del pueblo, a un kilómetro del centro. Su propietario, Giuseppe Fitera, que había criticado en los últimos días al Gobierno por la lentitud de su intervención -tenga o no razón Fitera, los italianos consideran al Ejecutivo culpable de todo, hasta el punto de tener acuñada la expresión Piove, Governo ladro (llueve, Gobierno ladrón)-, no había desalojado sus enseres. Es más: rendido a la fatalidad, preparó una mesa en la terraza para ver el espectáculo o para dar una amarga bienvenida a la lava que comenzó el pasado diciembre a salir del cráter. Encima del mantel, un pedazo de pan y una botella de vino. Junto a él, en la fachada de su casa, había pintado: "Gracias, Gobierno".
El lunes, después de que gracias a los casi 400 kilos de explosivos colocados a más de 2.000 metros de altura se derrumbara parcialmente una de las galerías paralelas a un conducto de lava, todos pensaron que el volcán concedía 48 horas de tregua a Zafferana Etnea. La lava podría desviarse o, cuando menos, frenar su velocidad. Sin embargo, ayer se vio que el Etna no tenía intención de plegarse; el magma superó hasta la última de las barreras construidas. La población, ya de por sí angustiada, se puso a temblar. El miedo aumentó la división en la que viven estas gentes: saben que cualquier decisión para desviar la lava implica una lotería en la que puede salvarse una parte del pueblo para castigar no se sabe qué otra.
Los vecinos, con los ánimos bastante exaltados, dicen que para ellos lo mejor sería ver marcharse al Ejército, la Cruz Roja y los bomberos -ello querría decir que el peligro habría pasado- y confiar en un milagro de la Virgen de la Providencia, su patrona, que sale todos estos días en procesión por las calles del pueblo.
Frente a ellos, y sin perder el ánimo, los técnicos de Protección Civil y de la Marina militar, y los norteamericanos de la cercana base que la OTAN tiene en Sigonella, estudian cómo proseguir los trabajos bajo el frío, la humedad y una niebla cerrada que varias veces les obligó a interrumpirlos.
El Centro Operativo Mixto de Protección Civil y Defensa, donde se coordinan también los trabajos de los vulcanólogos, ha interrumpido la colocación de explosivos e intenta unir 50 bloques de hormigón armado de dos toneladas cada uno a una plancha de acero para introducirlo todo en uno de los túneles por los que corre la lava.
Al Etna se le recuerdan 150 grandes erupciones. La más desastrosa del siglo fue en 1928, cuando la lava sepultó Masca, en la parte sur del lado oriental de la montaña, arrasando casas y campanarios y provocando la huida de una población aterrada que vio desaparecer el pueblo en dos días. Ninguno tuvo tiempo, como Giuseppe Fitera, de hacerle al volcán la ofrenda amarga del pan y el vino.
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