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Arquitectura de buen gusto

El pabellón de España conjuga la austeridad con el poder

Faltan seis días para que se inaugure la Exposición Universal de Sevilla. Este reportaje, dedicado a la arquitectura, el diseño y el mobiliario, es el primero de una serie que intenta ofrecer una visión global de lo que va a ser la Expo 92. Un total de 650.000 metros cuadrados construidos, 300.000 metros cuadrados de espacios verdes. El resultado, en líneas generales, es bueno. El buen gusto funciona como denominador común. La belleza y la inteligencia han guiado el diseño. La arquitectura posee una notable dignidad formal, y el mobiliario urbano, en su conjunto, también es satisfactorio. El pabellón de España es una obra admirable de austeridad, serenidad y poder.

La Expo 92 despierta toda clase de apreciaciones, pero existe una capital y es que, globalmente, se trata de una obra de buen gusto. Una mano advertida en cuestiones de belleza ha actuado en general bien sobre el diseño, ha elegido, en conjunto, bien a los autores de pabellones institucionales y ha logrado un efecto de notable dignidad formal.En cuanto a la arquitectura, dos factores han cooperado a crear un buen surtido de edificios con valor. En primer lugar es importante que, entre los 650.000 metros cuadrados construidos, casi una mitad sea obra permanente. De esta manera, las edificaciones poseen una naturaleza de arquitectura urbana frente a la clásica morfología de barracón.

En segundo lugar es de agradecer que un estimable número de países con relieve -no desde luego los orientales y los africanos- haya renunciado a manifestarse con analogías folclóricas. De esa manera el visitante puede pasear y contemplar la arquitectura-arquitectura, sin tener que felicitarse por haber adivinado que ese pabellón en forma de plátano es el de Canarias o aquel otro con aspecto de emmental es el suizo.

Suiza ha levantado una torre de papel blanco presidiendo un contenido lúdico muy divertido (obra de Vincent Mangeat), y Canarias (José M. Barrio y César Vicente) ha erigido un cubo verde de cristal, como un caramelo de menta, de construcción precisa. Más imaginativo el primero que el segundo, ambos son buenos ejemplos -con Kuwait, Chile y los países nórdicos- de una arquitectura interesante en edificios de bajo volumen.

Con todo, sería malo no reconocer cómo han sucumbido otros pabellones al dictado de sus simbologías. Uno de lo más patentes es el paralelepípedo del País Vasco (Angoloti y Fernández de Sousa), convertido en simple monumento a la ikurriña. Y alzado además con tal énfasis -rebasando la altura de homologación- que ha reducido hasta la insignificancia a su vecino pabellón de Cataluña, construcción racionalista de Pere Llimona y Xavier Ruiz, ya de por sí menuda.

El corro del lago

Efectivamente, la radicación de las 17 comunidades autónomas en torno al lago de España, bajo la presidencia del pabellón de España, evoca un desfile de modelos o una rivalidad constante a ojos del contemplador. Contemplador que inmediatamente descubrirá no sólo el mencionado efecto de Euskadi, sino el favoritismo hacia Andalucía, que ha dilatado, con descaro e indulgencia oficial, sus proporciones. El edificio andaluz, obra del sevillano Juan Ruessa, no ha dejado de recibir parabienes y exégesis simbólicas desde el comienzo. Por encima también, a mi entender, de sus atributos.

En cuanto a los demás, los de Galicia, Navarra, Cantabria y Asturias acaso sean de los más modestos. El de La Rioja, uno de los menos diferenciados; el de Aragón, el más caro, bruñido y complejo. Baleares es lírico y marinero, demasiado lírico-marinero.

El de la Comunidad de Madrid resulta harto enteco y desprovisto de argumento, mientras Extremadura, por su parte, bien construido, roza el refinamiento, y el de Castilla y León la emprende con un intento de reproducir su escudo.

El de Murcia, en cambio, es un alusivo juego de flores y color pimiento. Los más certeros y honestos acaban siendo, para mi gusto, el de Valencia, de Emilio Jiménez Julián, y el de Castilla-La Mancha, de Manuel de las Casas Gómez.

El valenciano, neto y definido, puede verse como una limpia modulación de la luz, y el manchego, como la afirmación del color y la textura de su tierra. En todos ellos, en racimo, se descubre cuidado y ambición. Un prurito por distinguirse que convierte el paseo en torno al lago en un estimulante juego de gustos y preferencias.

Pero el foco, sin duda, de ese coro en torno al agua es el pabellón de España, de Julio Cano Lasso. Una obra admirable de austeridad, serenidad y poder. Podría, desde luego, haber sido de otro modo, pero, afortunadamente, ha resultado así tras materializar su idea, elegida entre las de otros grandes como Carvajal, César Portela o Vázquez de Castro.

Meza implacable

El pabellón de España es el de más volumetría entre los pabellones nacionales, y es a la vez de una belleza implacable. En una parte de su interior le han estropeado el espacio no sé qué decoradores que han forrado con pegotes de cartón piedra un circuito para que los visitantes aprendan, mediante audiovisuales, casullas y armaduras, algo de la profunda historia española, pero su arquitectura es admirable. Los perfiles, las sombras, los patios, el uso de la cal y el mármol blanco, junto al bronce de la cúpula, decantan una elegancia que despierta en cualquiera el deseo de ser arquitecto.

¿Y qué muestran los extranjeros, los norteamericanos, los franceses, los italianos? Otra intensa invitación a amar la arquitectura procede del pabellón francés. Los franceses, a través de J. P. Viguier, J. F. y Asociados, han inventado un pabellón que se hunde 20 metros en el subsuelo para esconderse del calor y pasar vídeos. Todos, sin excepción, sin cesar y sin tasa, pasan y pasan vídeos. En cuanto a la arquitectura, el pabellón francés es único. El conjunto consta de una gran explanada sobre la que flota una superficie blanca de 2.500 metros cuadrados, sostenida por cuatro pilones relucientes de fibra de carbono. En esa parte emergida se alza una fachada de apariencia muy fina, espejo de día y pantalla de proyección al anochecer. Vidrio, flujos de agua, espejos, destellos azules, cromados, contribuyen a desmaterializar el pabellón, que acaba pareciéndose al exacto fulgor de una joya.

El Reino Unido y Alemania han realizado también dos obras con destellos, pero cabe oponer a la alemana de Harald Mühlberger su acarnavalamiento exterior y la acumulación de curvas. El disco inclinado que sobrevuela el módulo acentúa la impresión de una creación atrabiliaria, y los ropajes de plástico conducen la imaginación hacia una falla. Una falla tecnológica, pero falla.

A su lado, la obra de Nicholas Grimshaw y Asociados -que ganaron en el concurso al mismo Stirling- es muy superior. El pabellón fue prefabricado totalmente en el Reino Unido y trasladado a Sevilla. Su fachada del Oeste, la de mayor espectacularidad, es un muro de vidrio por donde resbala el agua y hace entrever la veladura de una inmensa bandera.

El Reino Unido, acaso consciente de la dificultad del traslado y el montaje pieza a pieza, fue la primera nación que solicitó una parcela en el recinto, y eligió la más próxima al pabellón de España. La petición fue no obstante denegada, porque los dos solares escolta del de España estaban reservados para los vecinos geográficos, franceses y portugueses. Finalmente el Reino Unido aceptó la parcela que encaraba al pabellón de Cano Lasso, cerrrando la avenida de Europa, donde se emplazan los 12 países de la Comunidad Europea.

Pero no terminaron ahí las discusiones. Ante las presiones políticas de Alemania, encaprichada después con ese mismo emplazamiento, se llegó a una transacción anglo-alemana mediante la cual ambas construcciones pisan la mitad de esa parcela central y se prolongan después a uno y otro lado.

Otro litigio en la adjudicación de solares, acaso el más llamativo, lo provocó México, valiéndose tanto de una argumentación histórica como del peso de su comisario y arquitecto, Ramírez Vázquez.

Pedro Ramírez Vázquez es toda una institución en su tierra. Es el autor del gran estadio Azteca y del no menos colosal Museo Antropológico de la ciudad de México. Sus pretensiones consistían en levantar su pabellón al otro lado del lago, perpendicular al pabellón de España, y conse

Arquitectura de buen gusto

guir así una analogía topológica del viaje colombino entre una y otra orilla. Su potencia personal no fue suficiente para lograr este deseo (el contorno del lago se había consagrado a los pabellones de las autonomías españolas y al colectivo de la plaza de América: 16 países de bajo presupuesto, desde Bolivia a Haití), pero sí consiguió, contra toda norma urbanística, cruzar su pabellón por encima de una avenida y manifestarse espectacularmente respecto a las otras edificaciones latinoamericanas singulares (Cuba, Puerto Rico, Venezuela o Chile). Efectivamente, el pabellón mexicano discurre ahora como la trayectoria de un ferrocarril alocado que acaba en una explosión de piedra. ¿Otra locura? Una locura trivial es la que han interpretado los arquitectos-diseñadores portugueses Manuel Graça Dias y Egas José Vieira. Su aspecto evidencia la frivolidad de un garabato deconstructivo sin inspiración.

Por el contrario, un buen ejemplo en deconstructivismo (formas dislocadas y agregadas) es el pabellón de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. Un pabellón pleno de expresión que, para provecho de La Cartuja, adquirirá condición de permanente.

Uno más del que se beneficiará Sevilla destinándolo probablemente a sede universitaria es el pabellón italiano de Gae Aulenti y Pierluigi Spadolini. Todo lo que Portugal pierde de imagen con su diseño trivial lo recupera Italia con su pabellón blanco, conmemorativo de las galerías tipo Vittorio Emanuele, que engalanan ciudades como Milán o Nápoles. Aquí no hay decepción y sí un tranquilo buen gusto. Suscita, sin embargo, desazón el negro pabellón de la Santa Sede, obra del español Miguel Oriol, y respecto del cual los sevillanos dicen que "asusta a los niños". También a los adultos. Oriol ha diseñado además el pabellón de la empresa Cruz del Campo y, cada uno en su género, portan un aire de pesadilla.

Respecto a la obra de Estados Unidos, sólo cabe decir que es, en parte, un refrito de material empleado para otras exposiciones. Tras haber escogido el proyecto Bartron Myers, en liza con Venturi y Ghery nada menos, fue más tarde corregido. Está compuesto, en lo más relevante, por dos cúpulas geodésicas de 40 metros de diámetro que los sevillanos han bautizado como "el sostén de Marta Sánchez". Los mismos norteamericanos se confiesan avergonzados de su desmañada pobreza.

¿Japón? Todo el mundo hace cola ante el pabellón de madera de Japón, sin un solo clavo (lo que no es mucho decir), inspirado en la cosmología cultural kinari. Es una hermosa construcción del reverenciado Tadao Ando. Pero se trata de esa clase de hermosura que día a día avanza hacia una fisonomía más obvia.

Temáticos e institucionales Todo lo contrario de lo que sucede a la obra de Tadao Ando es lo que está ocurriendo con el gigantesco edificio de Sáenz de Oíza, todavía sin culminar y destinado a futura sede de algunas consejerías de la Junta de Andalucía. Se le puede comparar a una fortaleza primitiva o al mismo castello romano de Sant Angelo.

Se trata de una torre bíblica, prisión o máquina represora. No está ubicado dentro de la empalizada de la Expo (obra perfecta de Javier Garrido), pero su figura cilíndrica, rematada por dos robustas columnas doradas, se proyecta desde el linde con una ostentación panóptica. Concebido para albergar a los funcionarios y jerarcas, ni el brutalismo de Kahn, ni las figuraciones de Kafka podrían haber realizado una crítica tan demoledora del poder a través del habla de la mole.

Si suscita algún reparo este opulento cilindro revestido de mármol es que desde ciertos puntos perjudica la perspectiva de otro gran edificio institucional, el edificio Expo, adquirido por la compañía Trade World Center y obra de Vázquez: de Castro.

Dos edificios de envergadura, este mismo y el Auditorio al aire libre de Eleuterio Población, evocan la belleza equina. El de Vázquez de Castro sería la representación de un caballo castaño, en acero cortén, incorporándose desde una siesta. de al brillo de un alazán, luciendo el pulimento de mármol de Macael. Frente a él, el Palenque refrigerado de José Miguel Prada Poole es otro inteligente despliegue de elegancia.

Muy a menudo, en el seno de la organización, el edificio temático con mayor número de menciones es el del sevillano Vázquez Consuegra. Guillermo Vázquez: Consuegra es el responsable del llamado pabellón de la ción, y mil veces se escuchará que su proyecto reproduce la figura de un barco invertido donde las vigas serían las cuadernas del navío, etcétera. Esta anécdota, reforzada por el hecho de que el pabellón se recuesta sobre el río, sirve para divulgar el acierto de su idea.

Camuflaje

Puestos a escoger, no obstante, entre los pabellones temáticos, el de Vázquez Consuegra es preferible a la caja metálica de Feduchi, pasto del famoso incendio, primero, y pasto doble ahora de un camuflaje con siluetas negras de Eduardo Arroyo, pero junto al de Vázquez Consuegra es obligado destacar el valiente pabellón del Futuro que diseñaron Bohigas, Martorell y Mackay. Sus arcos de filigrana de casi sesenta metros en granito rosa confieren alegría y altivez al panorama de la Expo que se divisa desde la otra orilla. Y, a sus pies, por si fuera poco, se encuentra el parque del Guadalquivir, que es una bellísima entrega en jardinería, mobiliario y movimiento a lo largo de 100.000 metros cuadrados.

Algunos tropezones, diversidad, sofocos, pero sigue imperando el buen gusto. Ésta es la tónica general de la Expo 92, o la "Expó" 92, como la llaman los sevillanos.

No es seguro que su funciona miento operativo sea perfecto, tal como mostraron los ensayos, pero puede afirmarse que el estilo se encuentra resuelto, edificado y aromatizado con sus más de 300.000 metros cuadrados de espacios verdes.

El sol que ya está llegando estos días cerrará la bóveda de esta complicada fábrica de velas, vegetales, agua, cristales, mármoles, cuerdas y acero.

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