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Los últimos de Sarajevo

Todas las mañanas Jelena, médica de 36 años, empleada en un hospital de Sarajevo, telefonea a sus colegas para ver si irán a trabajar: si funcionan los tranvías, si hay barricadas en el camino, si las fuerzas paramilitares dejan pasar a la gente. No es conveniente usar el coche particular, porque los paramilitares, los civiles armados y los criminales confiscan los vehículos que les gustan, les quitan la matrícula y circulan libremente con ellos. Jelena va a mantener las medidas de prevención a pesar del alto el fuego firmado ayer, pues sabe que en situaciones de tanta tensión como la que vive Sarajevo el más mínimo incidente puede echar al, traste cualquier pacto.Cuando vuelve del trabajo, si es que ha podido ir, Jelena y sus vecinos del edificio preparan el refugio para un posible ataque aéreo. Lo han limpiado, protegido con barras en la puerta y han bajado las camas plegables. Las bolsas llenas de artículos de primera necesidad están cerca de la puerta. Como medida preventiva, han borrado los apellidos de las familias del portero automático para que no se sepa quiénes son serbios, musulmanes o croatas.

La autodefensa se ha organizado en la mayoría de los edificios y los barrios de Sarajevo. A los hombres les ha tocado encargarse de las armas. Algunos no han cogido el fusil desde que se licenciaron de la mili. Otros toman en serio el nuevo papel: maltratan a los transeúntes que desean entrar al barrio y ejercen un anárquico poder popular.

Las escuelas y la mayoría de las empresas no funcionan. El pan se vende directamente desde los camiones. La leche no llega, puesto que los caminos hacia Sarajevo están bloqueados por los grupos paramilitares. "En septiembre comenzamos a almacenar harina, azúcar, arroz y aceite", cuenta Jelena, "porque se esperaba una situación así".

Jelena es serbia de Sarajevo. Siempre se ha declarado yugoslava y nunca ha aprobado la política nacionalista del Partido Democrático Serbio. "No me puedo imaginar que aquí llegue a haber problemas étnicos", dice esta mujer, divorciada de un musulmán. En Saíajevo, la mayoría de las familias, sobre todo, de clase media, son étnicamente mixtas.

Los aviones ya no salen de Sarajevo. La estación de autobuses está llena de gente con bolsas, en desesperada búsqueda de algún billete, ya que se teme que todas las salidas de Sarajevo queden cortadas. Huyen también los musulmanes, que ven con desaprobación cómo los boinas verdes (grupo paramilitar del Partido de Acción Democrática-Musulmán) y otros grupos paramilitares comienzan a aterrorizar a la población. "Huyen los. que tienen a dónde ir", cuenta Mirezo, musulmán, de profesión cineasta. Los dirigentes y los miembros influyentes del Partido Democrático Serbio abandonaron Sarajevo antes de que comenzara la agresión a la ciudad por parte de las tropas irregulares serbias. Veintisiete personas murieron en cuatro días.

Poetas y escritores

Poetas y escritores aparecen en la televisión y piden a la gente que se queda que defienda la ciudad y la larga tradición de. convivencia pluriétnica. En las primeras elecciones democráticas, la mayoría de la población votó por los partidos nacionalistas cuya consigna era defender la propia etnia. La intransigencia de los líderes nacionalistas provocó la guerra.

Los programas de Radio Sarajevo se escuchan a lo largo del día en todas las casas, puesto que prácticamente nadie trabaja. Los programas insisten en la paz y la solidaridad a la vez que transmiten las alarmantes noticias, sin confirmar, acerca del inminente ataque a Sarajevo y sobre matanzas en otras partes.

La policía, dividida étnicamente después de la decisión del Partido Democrático Serbio de formar un Estado independiente dentro de Bosnia, parece incapaz de frenar los robos y el pillaje. Las tiendas han sido saqueadas. La vida y los bienes materiales parecen tener poco valor en Sarajevo y en Bosnia.

Según la idea de los diseñadores de la fracturación étnica de Bosnia, Sarajevo, ciudad de medio millón de habitantes extendida a lo largo del río Miljacka y por las montañas circundantes, debería ser dividida. Sin embargo, la gente de la calle no sabe si le toca vivir en un cantón serbio o musulmán. Tal vez lo puede reconocer por las insignias en los uniformes de los hombres que están en las esquinas. A veces, ni eso.

Preparados para lo peor, los habitantes de Sarajevo esperan que suceda algún milagro y se evite el conflicto étnico generalizado. "Aqui: seria mucho peor que en Croacia", dice susurran do el recepcionista del hotel Beograd, "porque hay tres etnias". Ahora tiene puestas todas sus esperanzas en que cuaje el alto el fuego prendido ayer con alfileres.

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