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La agridulce sensación de Thatcher

Margaret Thatcher debió de sentir ayer una sensación agridulce al ver que John Major conseguía una victoria que muy pocos esperaban: la alegría de saber que los tories lograban un cuarto mandato sin precedentes y el regusto amargo de que los triunfadores ya no son sus tories.

Thatcher fue arrojada sin recato en noviembre de 1990 por la borda de un barco conservador que hacía agua por todos los lados. La cuestión europea fue el detonante de aquella crisis, con la espectacular condena de Geoffrey Howe, pero el malestar del partido venía de lejos y estaba firmente relacionado con el malhadado poll tax, el impuesto municipal que la primera ministra se había empecinado en hacer tragar a los británicos. El sostenella y no enmendalla de Thatcher con esta tasa mostraba a la perfección cómo era la dama de hierro, dispuesta a llegar hasta el final por sus ideas, incapaz de reconocer un error estridente hasta lo grotesco, como cuando profirió en aquel fatídico noviembre su ya legendario "No, no, no" a la Comunidad Europea planeada por Bruselas.

Thatcher, que perdió el liderazgo en la revuelta palaciega de unos tories que al mirar al futuro contemplaban la desagradable imagen de unos Comunes privados de su presencia, aupó a la jefatura conservadora a John Major, el epítome de la discreción y lo grisáceo, sólo para frenar a un Michael Heseltine espectacular e intervencionista que representaba todo lo que ella había combatido con uñas y dientes durante años y años.

Doble hipoteca

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El semidesconocido Major emergió con la doble hipoteca del patrocinio de Thatcher y de ser el fruto de un golpe de Estado interno. La primera se la ha ido quitando a lo largo del pasado año y medio, en ocasiones más en la forma que en el fondo, como en el caso de las relaciones de Londres con la CE, y en otras con un sincero propósito de enmendar la plana a su antigua tutora, como cuando decidió deshacerse deprisa y corriendo del poll tax.

Thatcher, a la que se sacó del resquemor para dar ímpetu a una campaña conservadora sin fuste y sin garra, hizo su papel de forma meteórica, y en cuanto pudo se marchó a Estados Unidos para seguir recabando fondos para la fundación desde la que piensa predicar el evangelio thatcherista al mundo.

La victoria tory del jueves hará a Major sentirse ya dueño de sus destinos y le permitirá encarar el futuro sin tener que estar mirando de reojo la reacción de la ex primera ministra. Thatcher, que en la próxima legislatura estará en la inútil Cámara de los Lores, ya es historia.

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