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Huérfanos, pero no tanto

Empiezo a leer con verdadero placer la colaboración del socióIogo Gil Calvo publicada en EL PAÍS con el sugerente título de Huérfanos de la certeza, con placer porque yo mismo publiqué en el pasado un par de artículos de parecida tesis, en el mismo diario y antes, bastante antes, de la caída del muro de Berlín. Lo de la orfandad de la certeza vengo sosteniéndolo desde Manifiesto subnormal, escrito poco después del Mayo francés, un Mayo que jamás consiguió impresionarme, ni el mayismo; en cambio, vi en su equivalente alemán una real carga de profundidad contra el sistema que tuvo una conclusión trágica: desde el descerebramiento criminal de Dutchke hasta la liquidación de la Baader Meinhoff. No, contra Franco no vivíamos mejor, al menos yo, ni bajo la guerra fría, que era una pura farsa, al final casi convenida por los servicios secretos y sus cálculos de probabilidades. Aquello sí parecía el final de la historia, reducida a una paralítica guerra de trincheras.Pero era cierto que existía una apariencia de orden y de supersistema mundial. Incluso gentes seguras de sí mismas apostando por uno y otro referente, frente a la orfandad de la certeza de quienes no nos sentíamos representados por los polos de referencia y a lo sumo ajustábamos el compromiso a lo que combatía nuestra pesadilla histórica más inmediata. Desaparecido el referente soviético y el llamado socialismo real, personalmente experimenté una sensación de definitiva liberación psicológica y lo puse por escrito, aquí, en este diario, en la misma página que ahora ha utilizado el señor Gil Calvo. Desde entonces yo esperaba que, liberados de fa amenaza soviética y de la malformación del socialismo real, los dos cuerpos ideológicos mejor trabados y mejor supervivientes, el liberalismo y la socialdemocracia, aportarían algo nuevo, especialmente la socialdemocracia responsable de la izquierda más y mejor organizada en el mundo entero (tal vez sólo superada, pero ya sabemos cómo, por el Partido Comunista Chino). El liberalismo, muy especialmente el nuestro, insiste en un discurso meramente anticomunista, como si el enemigo aún estuviera vivo o necesitara que estuviera vivo para no poner en duda la propia identidad. Algo parecido le ocurre a parte de la socialdemocracia, la más implicada en la función histórica de asistente social del capitalismo, todavía empeñada en cazar brujas comunistas y perseguir incluso la memoria vencida. Yo confío en la otra socialdemocracia, la autocrítica, como dentro del comunismo rescato el pensamiento extramuros y disidente, fugitivo de la alienación del poder. Estos dos sectores han quedado desorientados y sin proyecto 2000, pero son, sin duda, sectores indispensables en el mundo entero para oponer no certeza, sino razón crítica al desorden resultante.

Desengañado de socialistas y liberales, Gil Calvo la emprende contra los fundamentalistas, confusamente llamados porfiadores, que ideológicamente no quiere decir nada y reduce la cuestión de la porfía al sostenella y no enmendalla, cuando porfía puede aplicarse también a todo lo contrario y concebirse como una permanencia en la razón crítica, que es lo más opuesto al sostenella y enmendalla que puede considerarse. Como ejemplos de porfiantes, sectarios y dogmáticos, Gil Calvo mezcla integrismo islámico, castrismo, nacionalismo irredento de catalanes y vascos, y luego, sin que venga a cuento, me mete por una puerta trasera de paréntesis ("y en el plano individual, Vázquez Montalbán sería quizá una figura ejemplar"). Ejemplar para mal, supongo, porque considero mi nombre citado en vano dentro de un mismo punto y aparte, condenador de dogmáticos y sectarios. Ni siquiera me tomé en serio en su día el dogma de la Inmaculada Concepción y jamás he pertenecido del todo a los clubes que me han aceptado como socio. Otra cosa es que me preste al juego del renegado con angustia histórica que va pidiendo perdón, de una en una, a todas las almas que conquistó para el marxismo-leninismo o que me desarme de recelo ante el poder, no desde una estética nihilista, sino desde la evidencia de que ni siquiera el poder que tenemos en España tiene el poder necesario para sentirse dueño de los instrumentos y objetivos del cambio. Y más grave aún: que disfraza esa impotencia de alarde de inteligencia y capacidad de adaptación histórica, reproduciendo la fábula del zorro y las uvas. Eso es todo. Sentido del ridículo y sentido del recelo ante los finales felices, incluso simplemente ante los finales.

Sacude luego el ilustre sociólogo a metafísicos, cínicos y escépticos, en muy pocas líneas para desarmar tan complejas sabidurías, pero allá los metafísicos, cínicos y escépticos, aunque me siento próximo de cierta nostalgia por el paganismo desaparecido, y apostaría por una reconstrucción del paganismo, siempre que fuera representativo y socialmente avanzado, desde luego. Pero después de la mención de mi nombre en vano, lo que más me altera del artículo es que Gil Calvo, según su costumbre, después de desacreditar a errados tan diversos, cuando llega la hora de aplicar su ciencia a la alternativa a proponer, practica el coitus interruptus y se va, como Escarlata O'Hara, a los cerros de Úbeda de la esperanza en el futuro: mañana será otro día. Apostar por el futuro, por imperfecto que vaya a ser. Incierto, es decir, ajeno a toda utopía profética. La única utopía profética que ha sobrevivido es la de un mundo con un solo mercado, una sola verdad y un solo ejército. Ésa es la utopía profética que se nos inculca día a día, desde el cinismo triunfalista o desde el cinismo a secas. Esa gente sí tiene una utopía y no se limita a apostar por el futuro, "porque lo controla" desde los centros de poder multinacionales y lo vende, unas veces a través de la cultura de los hechos consumados, y otras movilizando circos de intelectuales orgánicos aparentemente antiutopistas. No incluyo al señor Gil Calvo en este circo, sino en el de huérfanos de la certeza que van buscando un brazo sobre los hombros de alguien que les comprenda. Lamentablemente, los actos del desorden son cotidianos y universales. El presente se revuelve como un tiro que sale por la culata, y sin necesidad de utopías denuncia todas las violaciones de derechos humanos homologados y por homologar que se convierten en la única causa cultural, convencional, política, justa, que nos queda, porque la hemos construido a lo largo de siglos, de abajo arriba.

Y cuando un presente ofrecido como inquisición contra la memoria y como usurpador de la utopía demuestra su miseria real, por poco que digas, por poco que te encrespes, es que ya quedas como un fundamentalista o como un utópico. Huérfanos de certeza, de absolutos, desterrados conscientes de paraísos imposibles..., cierto. Pero ni ciegos, ni sordos, ni mudos.

es escritor y periodista.

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