Brown salva al Madrid en el último segundo
LUIS GÓMEZ ENVIADO ESPECIAL La Recopa estuvo suspendida en el aire por un momento, como no podía ser menos. La peculiaridad de los dos finalistas hacia sospechar que el evento no podía tener un final razonable. El Paok porque, fiel a la personalidad de los equipos griegos, afrontaba la final como una batalla. Y el Madrid porque, naturalmente, anda buscándole un desenlace a tres años de pesadilla. Ante tamaño cúmulo de argumentos sentimentales, el partido estaba destinado a ser lo que fue, un discurso árido. Fue el caso que algunos jugadores madridistas volvieron a degustar un título. Pero, sobre todo, dos de ellos, conocieron la gloria con toda su grandeza.
Fueron Mark Simpson y Ricky Brown. Simpson llegó al Madrid buscando una última oportunidad. Atesoraba una carrera respetable y unas estadísticas interesantes pero, habituado a la dura vida del trotamundos, veía alejarse el sueño de todo jugador: experimentar la conquista de un campeonato en un equipo con tradición. En su corazón rondaba esta ambición durante unos largos, frustrantes e interminables meses. Brown ha seguido un camino muy parecido. Disfrutó de una victoria en la Copa de Europa con el Trácer de Milan, pero su talento merecía más que un paso efímero por uno de los equipos grandes del continente. El destino les deparó esa ocasión ayer. Una final. Por fin, una final. No deseaban perderla por nada del mundo.
Ellos sostuvieron la respiración del Madrid durante los 40 minutos. A punto estuvo de agotárseles el combustible, porque el Madrid llegó al último minuto poco menos que en estado de inanición. A falta de seis segundos, Simpson envió a ningún sitio el penúltimo lanzamiento; el rebote se posó en las manos de Fasoulas, un héroe en Salónica. Estaba en las mejores manos posibles, custodiado por un guerrero. Pero ahí apareció Brown. Buscó el imposible, preso de desesperación. Es difícil definir cómo lo consiguió. El hecho es que Fasoulas perdió el tesoro y Brown anotó una canasta increíble. La fe de ambos llevó al Madrid a la victoria.
La conclusión estaba escrita. La Recopa se iba a decidir en un impulso extremo. Y tanto a Simpson como a Brown el futuro les podía deparar un nuevo destierro sin gloria. El baloncesto quedó en un aparte. Los sentimientos afloraron con más intensidad. Sería necio afirmar que fue en detrimento del espectáculo.
Dados los antecedentes que rodeaban a los dos equipos cabía especular sobre cuál de ellos conseguiría un ritmo razonable. Dio la impresión de que el Madrid podía lograr abstraerse al ambiente cuando alcanzó el descanso con una diferencia interesante (28-43). La mayor disciplina de tres de sus hombres de banquillo (Llorente, Cargol y Romay) había colocado a los madridistas en franquicia a base de dominar el rebote y establecer los primeros contraataques. Sin embargo, el Paok equilibró las cosas en un largo pero lento goteo de canastas. El partido tuvo querencia al atasco permanente, entre fallos alternativos y lanzamientos sucesivos de tiros libres. Pero los griegos adoptaron una actitud más arriesgada y consiguieron llegar a tiempo para el acto final.
Restaban dos minutos y estaban a la vuelta de la esquina (61-60). Faltaban ocho segundos y Prelevic buscaba el camino más insospechado para un golpe de efecto: lanzar un triple a ocho metros de distancia que firmaba el empate y el anuncio de una prórroga que, anímicamente, sería mortal para el Madrid. A ese punto, los madridistas estaban más muertos que vivos. Sucedió entonces que Brown se negó a aceptarlo.
El análisis postrero deja pocas conclusiones técnicas. El Madrid necesitaba un título tras tres años de frustraciones. Recopa. El libro de títulos estaba en blanco desde su victoria en 1989 ante el Caserta en la vieja Recopa. Ahí lo tiene de nuevo; ahora puede dar por cerrado un capítulo ominoso de su historia. Luyk estrena su palmarés como técnico: ya no es un recolector de ceses caprichosos. Su mérito fue entender el lado sentimental del partido. No movió de su sitio a los dos americanos y trató de buscarles un acompañamiento adecuado: sólo lo logró durante unos minutos de la primera parte y mientras duró el marcaje de Antúnez a Prelevic. Desde que se fugó Petrovic y falleció Fernando Martín, la plantilla de este equipo desgraciado buscaba una referencia. Ahora la tiene. Brown y Simpson conocen la gloria. Y sus compañeros pueden descorchar una botella por primera vez en tres años. El baloncesto es igual de grande si sabe prescindir de la técnica.
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