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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Velocidad de crucero

ANTEAYER TUVO lugar en Estados Unidos el famoso supermartes, día en el que se juega la elección de un bloque muy importante de los delegados que en agosto designarán a los candidatos republicano y demócrata a la Casa Blanca. En 11 Estados se celebraron primarias o caucuses que decidían la selección de 793 delegados de los 2.277 que acudirán a la convención republicana en Houston y 603 de los 4.160 que estarán presentes en la demócrata de Nueva York.El campo republicano ha quedado, como era de esperar, listo para sentencia. La posición del presidente Bush, que pretende la reelección, nunca estuvo amenazada por los otros candidatos que se mueven a su derecha, el ex miembro del Ku Klux Klan David Duke y el ultraconservador Pat Buchanan. No se trataba tanto de saber si Bush tendría dificultades para ser designado candidato -que no las va a tener-, sino más bien de sacar las consecuencias de un castigo que la opinión pública le está propinando de forma reiterada. No es arriesgado aventurar que el presidente tiene las mayores posibilidades de ser reelegido en noviembre, pero su gestión en el interior del país, especialmente en política económica, está siendo severamente criticada. Ésa es con seguridad la explicación que puede darse a la continua presencia en las primarias de un 30% de votos favorables a Buchanan.

George Bush, que necesita 1.105 delegados para ser candidato automático a la reelección, cuenta ya con 554 de los 606 que era posible conseguir hasta anteayer. Nada parece interponerse, por tanto, en su camino hacia la elección para la Casa Blanca. Nada, esto es, que no sea él mismo. Los muestreos de opinión de su historial como presidente han ilustrado perfectamente sus virtudes y carencias en tanto que político: la opinión favorable de sus conciudadanos había caído al 45% poco después de su elección en 1988, cuando aún se debatía casi exclusivamente con cuestiones interiores; era del 90% en el punto más agudo de la crisis del Golfo, hace un año, y se había vuelto a desplomar al 40%-45% en las últimas semanas, en el peor momento de la crisis económica que padece ahora el país. A los estadounidenses podrá gustarles un presidente halcón en política exterior, pero dudan de su actitud excesivamente liberal en economía y demasiado conservadora en las cuestiones sociales, aspectos ambos que están en el corazón de la actual coyuntura. Por esta razón, el tamaño de su hipotética victoria en los próximos comicios presidenciales, en competencia ya con el candidato demócrata, depende de que la economía norteamericana inicie o no una recuperación a principios de verano.

Por estos mismos motivos, los demócratas echarán de menos no haber colocado al frente de su candidatura a un peso pesado como, por ejemplo, el gobernador de Nueva York, Mario Cuorno. Generalmente, un presidente saliente que pretende la reelección parte como favorito porque la Casa Blanca le coloca en situación de ventaja electoral; sin embargo, en esta ocasión las circunstancias históricas han puesto a Bush en posición de debilidad política. La reticencia de Cuomo a embarcarse en la pelea electoral sugiere que no le apetece nada plantarse de muñeco de feria a recibir las bofetadas que se propinan en unas campanas ya tristemente famosas por la violencia de los insultos y la suciedad de los escándalos que se aducen contra los políticos en liza. Ésa ha sido la suerte de Bill Clinton, el gobernador de Arkansas, que ahora se ha posicionado a la cabeza de los candidatos demócratas: pese a las acusaciones que le llovieron sobre su vida privada, la campaña le ha puesto al frente del grupo de candidatos, con 700 delegados de los 2.147 que necesita (frente a los 345 de su más inmediato rival, Paul Tsongas). Clinton será probablemente el candidato demócrata (a menos que en la convención de Nueva York los delegados decidan designar a Cuomo por aclamación), pero también probablemente será el candidato perdedor si no encuentra pronto alguna causa que refuerce su posición ideológica, que le diferencie en lo esencial de lo patrocinado por Bush, y que entusiasme al electorado con un liderazgo inédito hasta el momento.

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