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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

No me 'entretengan'

He leído en su rotativo la carta de Carlos Castilla del Pino, y me congratulo de que haya dedicado unos minutos de su precioso tiempo a llamar la atención sobre problemas ciudadanos, que todos deberíamos ayudar a resolver, exponiéndolos y sugiriendo soluciones.Un problema claro es el de la música indiscriminadamente ofrecida en los lugares menos adecuados. Castilla del Pino la delata en el tren; yo añadiría una larga lista de lugares de "tortura", por utilizar sus mismas palabras. En Barcelona -donde vivo-, el metro te atormenta desde tempranísimo por la mañana, mientras meditas, o lo intentas, esperando en el andén.

En muchos restaurantes entras a comer o cenar y te amargan con un sonido de fondo, martilleante si es música moderna o inidentificable si es música clásica. Una gran dama del piano y querida amiga me decía un día -cenando en un restaurante barcelonés mientras hilvanábamos una entrevista suya con el admirado Luis Permanyer- que era una falta de respeto a la música y a los clientes, a quienes se les obliga a escuchar música mientras comen, beben una copa o están utilizando el lavabo.

Nos atormentan con música -generalmente muy mala e inadecuada- mientras aterrizamos o despegamos en un avión. ¿Para atenuar el miedo? ¡Ah!, pero, eso sí, no tenemos apenas música en las, escuelas; ni siquiera hay un buien programa de televisión.

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Creo que todas las músicas que nos empachuflan a la fuerza no son para que nos aficionemos a ella o la amemos, son para atontarnos y aturdirnos con ruido y para que no podamos pensar, para tenernos entretenidos.

Estoy totalmente de acuerdo cen la repulsa a la música en Renfe y el modo de tratarnos de su prepotente personal. La misma transfiero al personal aéreo, que cuando les adviertes que ya hace rato que hemos despegado y que nos liberen del martirio de la música arrastran los pies hasta llegar al botón de cancelación del programa. En Norteamérica, en las maquinitas de música de los bares, puedes poner un disco de silencio, pagas por escuchar unos minutos la voz de tu acompañante o de tu silencio y sólo eso.-

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