Xenofobia en Suecia, la punta del iceberg
El racismo llega al país escandinavo, a pesar de su tradición de refugio de perseguidos
Erik y UIrika aprovecharon que había venido a visitarles la madre de ésta para dejarla al cuidado de su hija de 13 meses, Liv, y salir a cenar. Fueron al club de estudiantes de Upsala. Erik, chileno de nacimiento, vive en esta ciudad sueca desde 1973, y ahora, a sus 34 años y casado con una sueca, termina su doctorado en Medicina. Eran las once de una noche templada. La pareja volvía a casa caminando, y ni uno ni otro se había puesto el gorro protector contra los fríos extremos de este país. Y llegó la tragedia.
Ella, pelo rubio; él, negro azabache. De pronto, a sus espaldas, oyeron un grito irreconocible. Erik se volvió y vio cómo un hombre con la cara cubierta por un pasamontañas levantaba algo brillante con las dos manos. "Después todo fue muy rápido. Sentí como un mazazo en la cara, como si los estudiantes me hubieran gastado una broma con un cohete. No me di cuenta de que mi cuerpo se desplomaba y me llevé las manos a la cara. Caí de bruces y me partí también la ceja. Sólo a la mañana siguiente me enteré de que una bala del calibre 38 me había entrado por la mejilla izquierda y salido por la parte trasera del cuello. Y me pregunté: ¿por qué a mí?".Era el 22 de enero. Erik Bongcam se convirtió en el primer cabeza negra contra el que disparaba un enmascarado. En cuestión de días, otros cinco inmigrantes, de Asia, África o América Latina, fueron tiroteados por el mismo enmascarado o tal vez por más de uno, con apariencia similar. Estos atentados, que han dejado en estado de coma profundo a un palestino padre de ocho hijos, venían a sumarse a los cinco realizados por el llamado hombre del láser, un individuo que el año pasado disparó con un arma dotada de mira por láser contra cinco extranjeros, a uno de los cuales mató.
El hombre del láser y el enmascarado tienen en común que siempre disparan a la cabeza y que sus víctimas, a excepción de un griego, son inmigrantes del Tercer Mundo. Los suecos dicen que sólo se trata de "uno o dos locos"; los inmigrantes creen que ,les algo mucho más serio" y que estos francotiradores son la punta del iceberg del racismo que está despertando en un país que hasta ahora ha sido un modelo de acogida para quienes huían de la persecución política.
Unos y otros coinciden en que la crisis económica que azota Suecia, que por primera vez desde la Il Guerra Mundial tiene una tasa de paro del 4%, es el principal desencadenante de esta animadversión hacia los extranjeros, que suponen cerca del 10% de los 8,5 millones de habitantes de este país escandinavo. El modelo del bienestar, admirado durante años por orientales y occidentales, se ha venido abajo y, con él, el sentimiento de solidaridad y los principios humanistas sobre los que se creía fundada la sociedad sueca. De todas formas, la mayoría de los inmigrantes procede de los países vecinos. Suramericanos, árabes, turcos o iraníes apenas alcanzan una cuarta parte del total.
Hartos de abusos
Erik se siente tan sueco que ha dejado de lado su lengua materna, aunque sus padres y hermanos viven también en el país. "La gente", asegura, "se ha cansado de que a un inmigrante que roba no se le castigue por el hecho de ser inmigrante. Ha habido abusos y los suecos están hartos de que se les trate más duramente a ellos que a los inmigrantes".El desconcierto es generalizado. "Nos encontramos en una situación tan dramática, tan insospechada, como la ocurrida tras el asesinato del primer ministro Olof Palme [28 de febrero de 1986]. Nadie sabe a dónde ni a quién mirar. Son cosas que nosotros entendemos en los demás países, pero que no podemos imaginar aquí. Si la muerte de Palme supuso un cambio radical en la sociedad, ahora se ha abierto una puerta hacia destinos más siniestros de lo imaginado", señala un dramaturgo jubilado.
Exteriormente nada parece haber cambiado en el país del bienestar. Sólo en Rinkeby, el barrio de Estocolmo en el que el 80% de sus habitantes son extranjeros, el silencio de la noche es más pesado y sus calles se quedan antes desiertas. Juan Fonseca, de 37 años y colombiano de origen, es uno de los que acechan desde su apartamento cualquier movimiento extraño. No en vano cree que está vivo de casualidad porque, después de haber recibido numerosas amenazas telefónicas, una tarde, al ir a aparcar su coche en la puerta de su casa, descubrió la presencia de "dos tipos raros" en otro coche. No lo dudó y arrancó el suyo. El otro automóvil le siguió hasta que Fonseca se adentró en el corazón del barrio.
Fonseca, llegado a Suecia en 1976, es el único inmigrante miembro del Conse o de Estocolmo. Tiene vigilancia policial, pero asegura que el miedo le corroe los huesos. "Nunca pensé vivir una vida así en Suecia. Ya la viví en Colombia, pero allí conocía al enemigo y era distinto".
Socialdemócrata y responsable de la Casa del Pueblo de Rinkeby, Fonseca dice que la policía y la sociedad sueca tienen que dejar de pensar que se trata de un loco y encontrar al responsable de los crímenes. Lo que más le asusta es el profundo bache que se está formando entre los dos mundos, el sueco y el de los emigrantes, y dice que ha palpado la rebelión en hijos de inmigrantes que ya han nacido en este país, pero que consideran que, si hay suecos armados que van contra ellos y nadie les defiende, también se pueden armar.
Hasta ahora sólo se ha detenido a dos cabecillas del VAM (Resistencia Aria Blanca), pero falta saber cuál es la extensión de este grupúsculo que el año pasado declaró la "guerra santa en defensa de la raza aria". Tampoco se sabe quiénes integran el BSS (Conservar Suecia Sueca) ni las eventuales conexiones entre éstos y el SP (Partido Sueco), un partido ultraderechista minoritario que sólo tiene presencia en algunos ayuntamientos.
Los conservadores, que tomaron el poder hace algo más de 5 meses y que están empeñados en borrar del escenario sueco la política que forjaron los socialdemócratas en 53 años de Gobierno, no se han sustraído de la conmoción que sufre el país por esta oleada racista, a la que se unen numerosos enfrentamientos entre suecos e inmigrantes, especialmente en el sur. El pasado día 14, miles de personas, entre ellas el primer ministro, Carl Bilt, y todos los líderes políticos, participaron en una marcha de solidaridad con las víctimas de los atentados y de rechazo al racismo. El día 20, los sindicatos apoyaron a los inmigrantes para una huelga de una hora. La realizaron, pero nada se detuvo en el país. "Con unos tiros, un par de hombres han logrado demostrar que suecos e inmigrantes forman dos mundos distintos. Ésta es la gran tragedia", afirma Bongcam. Mientras, en Estocolmo, el propietario iraní de un pequeño negocio de transportes se dispone a venderlo para trasladarse a Canadá. "Allí son todos emigrantes", dice.
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