La palabra como paisaje
lan Hamilton Finlay Galería Estampa. Argensola, 6. Madrid. Hasta el 7 de marzo.Esta sugerente muestra acerca por vez primera a nuestro país una visión del universo fascinante de lan Hamilton Finlay, uno de los creadores más singulares del panorama europeo de estas últimas décadas. Quienes aplican mecánicamente las clasificaciones suelen encontrar cierta empecinada dificultad a la hora de ubicar bajo una definición precisa la personalidad de Finlay (Nassau, 1925).
"Hombre de letras", como le gusta reconocerse al propio Finlay, lo es en su sentido más extenso, a la vez en lo que atañe al sentido del texto, a su dimensión visual, al de los emblemas que tejen palabras e imágenes, pero también, particularmente, al hombre ilustrado, aquel que hace de la cultura toda -y del lenguaje que la soporta- su campo de reflexión. Y en ello nada le es ajeno; ni la pintura ni la poesía, ni la filosofia ni los mitos, la naturaleza, la historia o la muerte. Si hay algo que confiere una unidad natural a la figura de lan Hamilton Finlay es aquello que lo asimila -aun por vía bien singular- al arquetipo mismo del artista en la acepción que ello tiene en la tradición moderna. En una línea sutil que conduce desde el romanticismo a la vanguardia, el artista -o el poeta, si se quiere, aún con más elocuente propiedad- no es tanto un mero productor de objetos artísticos como un intérprete integral de la realidad y un visionario capaz de transformarla o, cuando menos, de revelarnos su sentido íntimo en una dimensión que el conocimiento objetivo no es capaz de alcanzar. Sustituto heroico de lo religioso en un mundo secularizado, el poeta debe contruir con aquello "de lo que no se puede hablar".
Metafísica
De ahí el carácter metafísico y ético de los temas que vertebran lo esencial de su obra a través de mordaces paradojas sobre la fisura irreconciliable entre arte y naturaleza, sobre la ambivalencia del concepto de revolución, sobre la finitud que marca nuestro destino y empaña nuestros anhelos. Pero Finley asume también, con ese filtro escéptico y apasionado a un tiempo que caracteriza su discurso poético, la tarea de constructor y no de mero contemplador pasivo. Y crea así su propia patria virtual, Little Sparta, y puede incluso con su propia milicia, los Saint Just vigilantes, emprender una guerra particular contra el sistema específico que pone cotas a su cruzada utópica.
El gusto de Finlay por la metáfora alcanza su expresión más compleja en la idea del jardín, en la naturaleza escenificada como artificio puro. En él, la palabra se hace paisaje, permitiendo una articulación integral y escenográfica del discurso poético. Y Finlay cierra así la unidad imaginarla de su visión del mundo y de su propio empeño, aislándose en el jardín de Little Sparta, centro generador del que emana toda su obra y en el que ésta encuentra su más íntima articulación.
Babelia
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