Indecencia
No voy a escribir su nombre ni el de la marca para la que trabaja, por que es precisamente difusión lo que quieren. Difusión para la indecencia. El autor de la campaña que muestra a un enfermo de sida agonizando, rodeado por su familia, ha estado en Madrid presentando su obra y nadie le ha roto la cara. Quizá porque la foto que él ha hecho no se ceba en el dolor de Magic Johnson, sino el de quienes aman a un moribundo anónimo, el lunes nadie se acercó a abuchearle. Y es que ya no protestamos por nada.El mal que hace la publicidad sigue pareciéndonos inocuo, marginal, quizá porque sufrimos de tal forma su bombardeo que ya no puede causarnos sorpresa, y mucho menos ofensa. La publicidad que no se limita a informar honestamente -hay casos, pocos- lo es todo menos inocente. No sólo mistifica y embrutece, no sólo tergiversa. Es también cómplice del momento en que vive, de la moral, o de la ausencia de moral, que quiere imponerse. La publicidad redondea la faena, que en los tiempos que corren parece consistir en que nos volvamos insensibles, individualistas, insolidarios.
El todo vale asentado en nuestra sociedad, producido desde arriba y distribuido por los mandos intermedios, se desliza sobre nuestras conciencias, cubriéndolas con una capa impermeable. Todo vale, con tal de que haga vender la mercancía, de que cuele bien el mensaje.
Este discurso que les estoy colocando es antiguo, tronado, se me rayó el disco, chirría. Muy bien. Pero en esa foto hecha por el hombre a quien no quiero nombrar y para la marca cuyas prendas jamás volveré a adquirir, me he reconocido, he reconocido a mis amigos, a los que he perdido, a los que estoy perdiendo, a los que perderé. Y me provoca un rechazo verdaderamente antiguo.
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