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El islam, a la vera de la Sorbona

Bajo la mirada de una treintena de policías, un riachuelo de hombres entra a partir del mediodía en el conjunto morisco de la Gran Mezquita de París. Los más son magrebíes, pero también hay africanos, turcos, franceses e incluso unos afganos con luengas barbas, y gorros y túnicas nacionales. Van a participar en la oración del viernes en una mezquita cuyo control se disputan media docena de Gobiernos y movimientos políticos.Para que la escena sea idéntica a las que en el mismo momento se desarrollan en Rabat o Túnez sobran los policías franceses y falta la llamada a la oración del almuédano. Los policías están "por si acaso", dice uno de sus jefes; el silencio del almuédano es la exigencia de una república laica. Sin embargo, los mendigos de ambos sexos invocando el nombre de Alá; los vendedores ambulantes de rosarios, coranes y brújulas para localizar la dirección de La Meca; los fieles que hacen sus abluciones se descalzan, realizan los gestos rituales y escuchan con calma al imam; todo ello transporta a la otra ribera del Mediterráneo.

Inaugurada en 1926, la Gran Mezquita de París está en la orilla izquierda del Sena, no lejos de la Sorbona, el Panteón y el mercadillo popular de la Rue Monge. Ocupa toda una manzana y es un hermoso conjunto de tapias blancas, tejas verdes, azulejos andaluces, maderas labradas, profusión de arabescos, alminar norteafricano y jardincillos recoletos. Incluye un salón de té, un restaurante, una escuela, un baño turco y un dispensario.

Este gran santuario del islam en Francia, la primera de un millar de mezquitas, es ahora el objeto de una soterrada batalla que enfrenta a los Gobiernos de Argelia, Marruecos, Túnez, Arabia Saudí y Francia, y movimientos islamistas vinculados al FIS argelino o simpatizantes de la revolución iraní. Y es que a diferencia de las religiones católica, judía y protestante, el islam carece de representantes oficiales ante el Gobierno francés. Esa función la asume el rector de la Gran Mezquita.

El rector, Teyini Hadam, no estaba ayer en París. Sus nuevas obligaciones políticas, informaron sus ayudantes, le retenían en Argel. Desde el pasado enero, Hadam, un musulmán moderado, es también miembro de la junta cívico-militar que rige Argelia. "Es como si el arzobispo de Argel, sin renunciar a ese cargo, se convirtiera en el primer ministro de Francia, o como si Isaac Shamir fuera al mismo tiempo jefe del Gobierno israelí y gran rabino de Francia", se escandaliza el islamólogo Bruno Étienne. El Estado argelino controla la Gran Mezquita de París: corre con sus gastos, paga el salario de sus imames y nombra a su rector.

Esta situación indigna también a Serigné Dramé, ciudadano francés de origen senegalés y miembro del Consejo de Reflexión sobre el Islam en Francia (Corif), organismo creado en 1990 por el Ministerio del Interior con el objetivo de alumbrar "un islam galo". "Hay que terminar con la identificación del musulmán con el árabe", dice Dramé. "No todos los inmigrantes musulmanes", añade, "son magrebíes o árabes; también los hay africanos, turcos o paquistaníes, y lo que es más importante, la mayoría están aquí para quedarse, para convertirse en franceses".

El islam francés, que cuenta entre tres y cuatro millones de seguidores, es el más poderoso de Europa y la segunda religión del país. Es un islarri dividido por orígenes nacionales, por visiones modernas o integristas de la religión y también por grados de práctica. El Ministerio del Interior calcula que sólo la mitad delos musulmanes de Francia son verdaderos creyentes, y una cifra menor, el 20%, son practicantes. Los integristas son una minoría casi inapreciable. También hay musulmanes de origen puramente francés, como el director de ballet Maurice Béjart, el filósofo Roger Garaudy o el escritor Yacub Roty. Este último, miembro del Corif, se declara dispuesto a asumir el rectorado de la Gran Mezquita de París.

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