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Tribuna
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Cambios

Murió el padre Llanos y los biógrafos sacaron el incienso y las palabras para glosar el gran viraje de su vida, cuando cambió palacios por chabolas y el palio por el pueblo. No es frecuente que se reconozca la legitimidad del cambio personal en los personajes públicos. En vida, esos exploradores de sí mismos sufren la hostilidad de los mecánicos del pensamiento. En los cincuenta hubo gente a quienes les tocó arrastrar el péndulo en el sentido más favorable, que es el que va de derecha a izquierda, y que según los planos del siglo debía ser también el sentido de la historia. Más tarde fueron otros, menos santos y en consecuencia más jóvenes, los que siguieron el camino inverso y se encontraron de nuevo con los guardianes del templo, de todos los templos de las ideas fijas y las doctrinas inmutables.Reconforta encontrar hombres y mujeres que en la mitad de su vida supieron y saben reconstruir su mundo interior. Vengan de donde vengan y vayan adonde vayan, acostumbran exhalar el pequeño heroísmo de los navegantes solitarios. Crecieron con la gente y ahora intuyen que la gente es un espejo que captura a los que en él se miran. Creyeron ser propietarios de sus propias convicciones y, cuando éstas cayeron, se dieron cuenta de que ya no se pertenecían y de que sus clientes no aceptaban cambios. Exigimos de nuestros antiguos compañeros que conviertan sus camisas en corazas mientras los demás cambiamos de mujer, de renta, de sexo y de religión. Afuera cae la lluvia del despiste ideólógico. Encerrados en casa repasamos cajones de juventud y aparecen luminosas y fértiles pieles de serpiente con todas nuestras dudas escritas en el lomo. Ese fue el pasado y de ahí venimos. Pero todavía queda demasiada gente fascinada por los uniformes intelectuales, tal vez porque no queremos admitir que ya sólo podemos pensar desnudos.

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