El caso rumano
LAS ELECCIONES municipales en Rumania no han significado el vuelco radical que los partidos de la oposición esperaban. En Bucarest y en la mayoría de las grandes ciudades será necesaria una segunda vuelta para decidir la composición de los nuevos ayuntamientos. Sin embargo -y es el dato más significativo de esta consulta-,el Frente de Salvación Nacional (FSN), la organización que heredó el poder al de rrumbarse el comunismo y que ha mantenido en el mismo a muchos dirigentes del sistema anterior, ha perdido la hegemonía política, un predominio que le permitió hasta ahora presentarse como la expresión indiscutible de la voluntad rumana.Recordemos que, en mayo de 1990, Ion Iliescu fue elegido presidente por el 85% de los votos, y que el FSN, con el 67%, conquistó una mayoría aplastante en el Parlamento. Todo el proceso vivido en Rumania presenta rasgos muy distintos de los que se han dado en el resto de los países que abandonaron el totalitarismo comunista. La caída del dictador Ceausescu, una vez que el Ejército le retiró su apoyo, fue fulminante: en un plazo brevísimo fue juzgado y ejecutado en compañía de su mujer. Pero al concentrar el castigo casi exclusivamente en la persona del máximo responsable, una gran parte del aparato comunista, e incluso de la temida policía política, la Securitate, logró conservar el poder en sus manos. El resultado es que, al lado de las frases solemnes de la nueva Constitución proclamando el pluralismo político, en la práctica el FSN sigue gobernando con métodos no muy alejados de los del régimen anterior.
Tres son las causas principales que explican esta situación anómala, en la que el FSN logró legitimar su poder en las elecciones generales de mayo de 1990 frente a numerosos partidos, incluidos el Liberal y el Campesino, que representan la oposición democrática clásica. Primero, el atraso social y político del país, sin ninguna tradición democrática y con una población campesina acostumbrada a votar obedeciendo a la autoridad, sea la que sea. En segundo lugar, el mantenimiento del viejo aparato, sobre todo en los ámbitos locales, con los métodos de siempre para atemorizar a los ciudadanos. Y en tercer lugar, la incapacidad de los partidos de la oposición, con figuras sin arraigo y más obsesionadas en una serie de disputas personales que en ofrecer una alternativa real.
Por fin, los partidos de la oposición lograron constituir la Convención Democrática, con candidaturas comunes para las elecciones del pasado domingo. Gracias a esta unidad ha sido posible la evolución de una parte del electorado que ha dejado de votar a los candidatos oficiales y optó por la Convención Democrática. En Transilvania (zona de mayoría húngara), la oposición está unida desde hace más tiempo, y ello explica que en Timisoara triunfara la oposición ya en la primera vuelta.
Otro factor importante que puede estimular el avance hacia una democracia realmente pluralista es la división interna en el seno del FSN, que se ha agudizado últimamente con el enfrentamiento público entre Petre Roman -antiguo primer ministro y actualmente presidente del Frente- y el presidente Iliescu. Aunque Roman tiende a dar un carácter excesivamente personal al conflicto -con el objetivo evidente de encabezar la corriente democrática frente al conservadurismo de Iliescu-, el problema es de mayor calado. El FSN tiene desde su fundación una ambigúedad intrínseca que ahora debe aclarar: ha servido para encauzar el retorno a la libertad y, a la vez, para proteger a los viejos dirigentes comunistas. Si la ruptura entre esas dos actitudes se produce -como anuncia Roman-, Rumania podrá avanzar con mayor facilidad hacia el pluralismo político, no sólo en los textos legales, sino en la realidad.
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