Austria debate su futuro en la nueva Europa
Un pollo, un pavo u otra gallinácea en postura más o menos cómica propone el caricaturista austríaco Manfred Deix como sustitutos potenciales del águila en el escudo oficial de su país. Esta irreverencia, que a nadie ha enfadado en exceso, ha sido la aportación del famoso y cruel dibujante a un debate que ha ocupado las primeras páginas de la prensa vienesa durante semanas. La polémica comenzó con la propuesta de algunos políticos de quitarle al águila del escudo oficial las dos herramientas que sujeta en sus garras, la hoz y el martillo, en sí muy dignas, pero que la historia reciente del continente ha cubierto de oprobio.Los partidarios de modificar el escudo, con los que se alineó el propio canciller federal, Franz Vranitzky, mantienen que la hoz y el martillo, aunque separados y no cruzados como en el símbolo comunista, despiertan inevitablemente asociaciones con el difunto totalitarismo.
Los defensores del escudo alegan que si la hoz y el martillo en las garras del águila evocan el símbolo comunista, éstos debían haberle sido arrebatados al noble pájaro cuando esta asociación podía ser perjudicial para Austria, durante la guerra fría y existencia de los regímenes comunistas en países vecinos.
Subyace a esta pugna iconográfica en Austria un debate mucho más esencial para el futuro de este pequeño Estado, también producto de la guerra fría, si bien mucho más afortunado que sus vecinos orientales. La desaparición del Pacto de Varsovia primero y de la Unión Soviética después, la disolución de Yugoslavia y el proceso de integración en la mitad occidental del continente fuerzan a Austria a una revisión de su papel en Europa. La neutralidad, pactada por los cuatro vencedores de la II Guerra Mundial para devolver a Austria su soberanía en 1955, ha perdido parte de su sentido. Uno de los firmantes, la URSS, ni existe.
Catástrofes nacionales
La II República de Austria ha sido un claro éxito en contraste con la I República de entreguerras, que sólo duró dos décadas. Entonces nadie creía en la supervivencia de este pequeño Estado. Hoy, todas las catástrofes nacionales, desde la elección de Kurt Waldheim como jefe del Estado hasta la irresistible ascensión del demagogo nacional-derechista de Jörg Haider no han roto el pragmático idilio de los austriacos con su Estado. Confrontando la situación actual de Austria con la de otros países de su entorno -algunos potencial y anteriormente más ricos, como Checoslovaquia-, también se hace evidente ese discreto milagro austriaco. Sin apenas materias primas, con poco más que su agricultura en el Este y escasa industria al concluir la guerra, Austria sale de la posguerra con una economía fuerte y sana, una industria moderna y una sociedad que ha logrado superar las convulsiones y recesiones con un nivel de vida alto y relativamente igualitario, una industria y unos servicios competitivos.
El sistema socioeconómico austríaco, extremadamente estatalista comparado con los existentes en los Estados hoy miembros de la CE, tiene sus orígenes en la I República, su tradición austro-marxista y la supremacía socialdemócrata en las últimas dos décadas. La neutralidad en la política exterior y de seguridad parece haber quedado vacía de contenido tras la caída del bloque comunista. Del limes del mundo libre en Europa, Austria ha vuelto al centro del continente. Su papel de puente entre las dos Europas ha concluido.
Por tanto, los austriacos se replantean su papel en el continente, si bien no su Estado, como hicieron ya en 1919 y en 1938. Entonces nadie creía en Austria. Hoy está plenamente afirmada la identidad nacional de este pueblo de teutones de los Alpes, como denominaba Joseph Roth al austro-alemán, mezclados con todas las razas eslavas con que convivieron durante siglos.
Austria es uno de los primeros candidatos a la ampliación de la CE. Lo hará como contribuyente neto, lo que explica las reticencias de algunos sectores. Sin embargo, y pese a ese tan peculiar conservadurismo social de la población, poco tentada por alegrías neoliberales, Austria se halla inmersa, arrastrada por el terremoto histórico en toda la región, en una reforma de la que habrá de emerger esa nueva III República en el corazón de una Europa de la que tanto tiempo fue metrópoli Viena.
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