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Bulgaria, paisaje después del comunismo

Crisis económica, desempleo y restos de totalitarismo en el país balcánico

Shneshana, una estudiante búlgara de arquitectura, lloraba aterrorizada hace 10 años en una pequeña comisaría de las afueras de Sofía frente a un policía gordo que la llamaba "puta" y "espía". Su delito había sido dejarse sorprender con un periodista a quien ayudaba a buscar un hotel. Éste no volvió a tener noticias de la chica. Hoy, las jóvenes como Shneshana, con sus ganas voraces de hablar idiomas extranjeros y oír hablar del mundo, no tienen ya que enfrentarse a interrogatorios ni consecuencias peores por contactar con forasteros. Aunque sólo fuera por esto, piensan, habría valido la pena el incendio y la mutilación de la sede del partido comunista, que parece hoy incompleta sin su gran estrella roja y su inmenso escudo de granito con la hoz y el martillo que algunos búlgaros pacientes borraron a martillazos hace ya más de un añoLa parafernalia comunista, desde las insignias del guardia proletario hasta las medallas al mérito estajanovista, se vende a bajo precio en la avenida del Zar Libertador, y las innumerables estatuas de Lenin que había en este país han caído hechas añicos o han acabado como bromas decorativas -en el jardín de algún millonario japonés.

Más de dos años después de la caída de Todor Yivkov -más cuerdo que el rumano Nicolae Ceaucescu, pero igual de corrupto y encanallado-, Bulgaria ha hecho caer a la nomenklatura comunista, ha instaurado un sistema parlamentario y ha elegido un Gobierno y un presidente democráticos.

Sin embargo, como señala el presidente del Parlamento y líder del Partido Democrático, Stefan Savov, "aún no se ha conseguido desmontar las estructuras del poder totalitario". "He viajado por todo el país y he visto que en muchos sitios la gente aún tiene miedo", añade.

Miedo al policía

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El miedo de Shneshana al policía ha desaparecido en la capital, pero se mantiene el miedo del miembro de la cooperativa agrícola al jefe, que sigue siendo el de siempre. Persiste el miedo en pueblos y ciudades pequeñas en las que, según el propio ministro del Interior, Yordan Sokolov, "fomentan el crimen jefes locales de la policía para desacreditar la democracia; tengo pruebas y casos concretos".

Bulgaria, un país sumido en el terror político durante cuatro décadas, "ha dado un ejemplo de cómo comenzar un proceso democrático sin sangre", subraya Savov. Las dificultades para que este camino pacífico se mantenga son considerables. La crisis económica no ha tocado fondo aún, y pronto habrá un ejército de parados resentidos con la democracia y la reforma. La criminalidad se ha disparado con atracos, robos y asesinatos que, como dice el ministro dél Interior, "se cometen para robar cualquier miseria". "Tenemos miedo a salir de noche", dice Ludmila Piperova, funcionaria que ya ha quedado desempleada por la reestructuración de su ministerio.

"Nosotros creemos que el Fondo Monetario Internacional es demasiado optimista en lo que respecta a Bulgaria". Quien dice esto es el director ejecutivo del Banco Nacional de Bulgaria, Emil Harsev. Tiene 30 años, y, por la seguridad que emana, parece que el cargo no le viene tan grande como el traje de rayas que lleva. "Alguien tiene que cubrir el hueco que se ha creado", dice en su despacho del banco en la plaza antes llamada de Georgi Dimitrov y hoy flamante y monárquica Alexander Battenberg.

La selección negativa del socialismo, agudizada por el antiintelectualismo del campesino Yivkov, ha dejado a Bulgaria con un gran déficit de personas capaces y no comprometidas con el anterior régimen. La emigración anterior y posterior a la caída de Yivkov supuso para Bulgaria una auténtica sangría de talentos. Pocos se deciden a volver a un país que sólo les puede pagar 2.000 levas (unas 10.000 pesetas) de sueldo en puestos de responsabilidad.

Pese a los problemas, no habrá restauración socialista en Bulgaria. Los socialistas perdieron. Las tiendas están llenas, aunque muchos no puedan comprar más que lo imprescindible. La privatización comienza ya, tarde pero sin sangre. Se habla, se discute y lentamente, los búlgaros, también en provincias, van perdiendo el miedo que les atenazó durante décadas.

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