Calzada
Cuando se sobrevuela a baja altura el litoral mediterráneo se pueden distinguir todavía muchos tramos de la antigua Vía Hercúlea, después llamada Vía Augusta, que bajaba a lo largo de la Tarraconense hacia Sevilla. Como el mar en algunas partes se ha adentrado en la tierra, el trazado de esta calzada romana a veces también se vislumbra con toda nitidez discurriendo por el fondo de las aguas, lejos ya de la costa. Los marineros de Denia faenan sobre esta alineación de losas calcáreas que aún contiene mojones de basalto y plintos sin estatuas, residuos de algunas aras votivas, y ellos ignoran que estas piedras ahora sumergidas fueron holladas un día por las sandalias de Aníbal, de César y de Trajano, pero saben muy bien que allí existe el mejor banco de salmonetes de toda esa latitud. Se crían entre esos pedernales sagrados y en la lonja se llaman salmonetes de roca, aunque en realidad son de calzada romana. Algunos navegantes del país está en el secreto, que sólo comparten con los iniciados. Yo no poseo ya otra ideología que el aceite virgen de oliva, y esta fe me ha enseñado que todos los alimentos naturales establecen un diálogo con el cerebro mientras son masticados lentamente, y ellos en ese momento te llevan a oscuras profundidades, a lejanas regiones. Cuando un pescador de Denía me invita a tomar los salmonetes que él ha sacado del mar arrastrando la red por la Vía Augusta pienso, sentado al sol bajo estos plátanos desnudos cuyas gemas ya revientan, que así en verdad se aprende la hístoria de Roma. Por el fondo de este mar han pasado los elefantes camino de los Alpes y también las cuádrigas de los centuriones buscando Cartago. Por el alveolo de estas aguas ha caminado Séneca, y ahora todas aquellas pasiones han quedado a merced de algunos peces significativos que mafiana brillarán en algunas cajas de la lonja. Han hecho su carne rosada esforzándose entre los plintos de la antigua calzada romana y no hay que pagar un precio especial por ellos. Sólo se requiere desearlos un poco.
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