Estampa de 1992
Jueves 16 de enero, consultorio del Insalud de la calle de Segovia, de Madrid. Intentamos poner la vacuna a nuestra hija de siete meses, pero no hay ni una sola dosis en la nevera. Amablemente me sugieren que vuelva al día siguiente a ver si hay más suerte, "porque esto es cosa de la Comunidad" -¡Larra, Larra!-, o me acerque a una farmacia y compre lo que ellos no tienen. Decidido a lo segundo, sólo en la tercera farmacia que visito encuentro lo que busco; se sorprenden de que no lleve receta, pero yo ya no tengo espacio para más asombro y simplemente respondo que lo único que me han dicho en el consultorio es elnombre del producto y la dirección del establecimiento, y pago sin descuentos y con IVA. De vuelta, para congraciarse, recurren al mal de muchos: no he sido el primero en la zona en conseguir de este modo cumplir con las campañas de vacunación que nuestros organismos sanitarios recomiendan. Ni me molesto en reclamar ante la inspección médica: ya he perdido más tiempo del que su incompetencia merece, y al fin y al cabo con ellos sólo de esto se trata.Viernes 17 de enero, calle Imperial. Gracias a Fenosa -que, por si alguien se llama a engano por cierto título nobiliario de prosapia franquista, no significa sino Fuerzas Eléctricas del Noroeste, Sociedad Anónima-, llevo más de una hora oyendo los sonidos del silencio, viendo en la oscuridad y calentándome con un radiador gélido. Por enésima vez en menos de una semana -y varias veces en un mismo díanos dejan inopinadamente sin corriente eléctrica, vaya usted a saber por qué bien o por qué mal, porque la atención al usuario-paciente se acaba con el cobro de las facturas bimensuales y otros devengos, y no tiene nada que ver con las atenciones, faltaría más con lo poco que nos permite el Gobierno subir las tarifas este año... Menos mal que aún quedan por el barrio rústicas cererías, y que de rebote el videoclub de enfrente no puede hacer sonar el altavoz exterior para reclamo de clientes y desesperación de vecinos.Estampas del año de gracia de 1992, desdichas y resignaciones de toda la vida; material que nos identifica y del que no nos redimen ni los Juegos Olímpicos, ni las exposiciones ecuménicas, ni las capitalidades culturales.Raúl Martín Arranz
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