Cantaoras en el pedestal
Tribuna del flamenco: café de corteCante: Adela la Chaqueta, María Soleá. Toque: Juan Maya, Marote; Manuel Palacín. Son: Enn'que Pantoja, Faiquillo, Sebasfián el Pelao. Madrid. Centro Cultural la Villa. 28 de enero.
Otra vez se colgó el cartel de "no hay entradas" en estos martes flamencos del Madrid-92. Es decir, que el público responde. Quienes no siempre responden de acuerdo con las expectativas que su historl a o su prestigio propician son los artistas.Esta fue una noche rara. Dos mujeres cargadas de historia, pertenecientes a familias gitanas y flamencas de largo y acendrado prestigio, no dieron buen espectáculo. Lo de Adela la Chaqueta es, quizá, más explicable, pues nunca fue una cantaora de gran fuste. Más bien fue una mujer de cuadro de tablao, en el contexto del cual solía hacer algún cantecito liviano.Bulerías
Baste decir que por lo que más se la estima es por su creación de un cante de tan poco fundamento flamenco como la colombiana. La hizo esta noche para cerrar su actuación. Hizo también bulerías que, salvo las coplas de la fiesta final, fueron cuplés. Y alegrías y fandangos a su aire, es decir, dejando los tercios sueltos, excesivamente fragmentados, como a trocitos.
Hay que decir que el público aplaudió con cariño, porque el público flamenco de Madrid es cordial y se enternece con estas viejas reliquias del cante. En cuanto un artista de lo jondo alcanza cierta edad y sigue subiéndose a un escenario-, le ponemos en un pedestal.
También se aplaudió a María Soleá, e igualmente sin mayores merecimientos. Porque si Adela la Chaqueta, a sus 73 años, sí merece el trato de una venerable jubilida, María Soleá cumplirá este año los 60, lo que en el cante flamenco es casi la edad de una madurez en plenitud. Es cierto que María Soleá no estuvo rodeada de su gente habitual, que suele acompañarla en sus actuaciones y entre la que se crece para darnos un arte de excepción, pero no es menos cierto que cantó fuera de tono constatemente, y que el joven Palacín pasó sus fatiguitas para seguirla como pudo, que en general fue más mal que bien; pero al muchacho no debemos regatearle el elogio a su esfuerzo, a su buen hacer, aunque esta noche entre él y la cantaora hubiera algo así como un divorcio artístico.
Aun así, María Soleá nos dejó ocasionalmente el eco maravilloso de su rajo gitano, de los cantes de su casa -aquel Terremoto malogrado del quejío sombrío- una calidad de instrumento en su garganta realmente privilegiado. Pero se esperaba mucho más de ella, y decepcionó. Los duendes, esta noche, brillaron lamentablemente por su ausencia.
Atención a los palmeros, que a veces se pasan en perjuicio de cantaores y guitarristas. Me lo ha comentado más de un espectador. Su presencia debe ser, siempre, discretísima.
Babelia
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