Un largo camino
VALÉRY GISCARD D'ESTAING
¿Cambiarán los acuerdos alcanzados en Maastricht el panorama político europeo? ¿Darán un impulso nuevo a la construcción de Europa? ¿O son sólo, como pretende el primer ministro británico, John Major, un éxito para aquellos que querían limitar el alcance del progreso hacía una situación europea? En resumen, ¿qué significa Maastricht para el futuro de Europa?Según un periódico británico, en Maastricht, Major ganó el partido sin dificultad. A mí me parece que el verdadero resultado fue un empate. Por un lado, se tomó la decisión de crear una moneda única y, a largo plazo, de poner en práctica una política de seguridad y de defensa común. Por otro, el término federal se eliminó de los acuerdos para acceder a los deseos del Reino Unido.
Lo que pase en adelante romperá el empate y decidirá cuál es el lado vencedor. En otras palabras, decidirá el éxito o el fracaso de la decisión de crear una unión europea.
Una lectura detenida de los dos tratados -uno acerca de la unión monetaria, otro acerca de -la unión política- pone de manifiesto que se trata esencialmente de declaraciones de intención que posponen las decisiones hasta una fecha futura.
Para formarse una opinión definitiva acerca del significado de los tratados de Maastricht, tal vez sea tan importante fijarse en las condiciones bajo las que serán aplicados como examinar el propio texto aprobado.
En términos generales, el tratado de la unión monetaria es satisfactorio, aunque incompleto. Estipula. una moneda única europea para 1997 o 1999 y contiene disposiciones detalladas relativas a un futuro banco central europeo (que en un principio se esperaba que empezara a funcionar en 1994).
Hay dos cosas que siguen sin estar claras:
En primer lugar, ¿cuántos países podrán cumplir las condiciones establecidas en relación con el índice de inflación, el déficit presupuestario y el nivel de los tipos de interés, de manera que estén en situación de participar en el sistema de moneda única? Es posible que aún nos aguarden desagradables sorpresas en el escenario económico desde hoy hasta 1999. Si el número de países que reúnen esas condiciones es insuficiente, no podrá ponerse en práctica el sistema.
El segundo problema tiene que ver con el modo en que el sistema de moneda única se lleve a la práctica. ¿Habrá algún tipo de Big Bang monetario? En la noche del 31 de diciembre de 1998, ¿habrá que sustituir todos los billetes emitidos por los bancos europeos por ecus?
A medida que se acercaba la cumbre de Maastricht, la opinión pública y la prensa alemana expresaban su preocupación. La idea de abandonar el marco alemán en favor de un hipotético ecu parecía problemática, si no completamente imposible.
Se corre el peligro de que, a lo largo de los próximos dos años, veamos que el acuerdo para una moneda única se transforme en poco más que un acuerdo sobre el tipo de cambio entre las monedas de los Estados miembros de la Comunidad. Si esto ocurriera, no tendría sentido establecer una política monetaria a nivel comunitario.
La manera de hacer frente a ese peligro es extender el uso del ecu lo antes posible -sin duda, antes de 1997- y darle la categoría de moneda real.
Estoy convencido de que como resultado de la competencia entre el ecu -que surge como la moneda internacional con un papel que desempeñar tanto dentro como fuera de la Comunidad- y las monedas nacionales -que entonces sólo tendrán un uso local, acabaremos funcionando con una moneda única.
El Tratado de Maastricht es, incompleto en lo referente a la explicación del papel del ecu. Sólo dispone de qué manera debe componerse el ecu, como una cesta de monedas, lo que significa que las monedas de los nuevos Estados miembros no se tendrán en cuenta a la hora de definir su composición. Queda un enorme trabajo por hacer y hay que poner manos a la obra inmediatamente.
En cuanto a la unión política, los objetivos establecidos -mayor democratización de las instituciones europeas y una política exterior común- no están ahora mucho más cerca.
Según el tratado, se proyecta un procedimiento legislativo y ejecutivo conjunto que dé más peso al Parlamento Europeo. Además, se requerirá el voto favorable de una mayoría cualificada para llevar a cabo las decisiones de política exterior. Esta medida resulta más bien tímida, especialmente si se tiene en cuenta que todas las cláusulas y los medios para ponerlas en práctica tienen que ser decididos por unanimidad.
Espero que, a medida que se sucedan los acontecimientos, pueda alcanzarse algo más que eso. La reacción de los Estados miembros de la Comunidad ante la crisis de Yugoslavia será la primera prueba. Si los Estados miembros no son capaces de coordinar sus decisiones al respecto, los acuerdos alcanzados en Maastricht serán un chiste.
La auténtica explicación de las dificultades que se plantearon en Maastricht, a la hora de decidir cómo lograr un verdadero avance. cualitativo en lo relativo a la unión política, será vinculada a la incertidumbre cada vez mayor acerca de las fronteras de la Europa del mañana.
Turquía, Austria y Suecia ya se han dirigido a la Comunidad para solicitar su incorporación. Suiza también está considerando esa posibilidad. Cuando el 16 de diciembre se firmaron los acuerdos de asociación con Polonia, Checoslovaquia y Hungría, representantes de esos tres países declararon que lo consideraban un primer paso hacia su futura adhesión a la Comunidad. Y hay otros países en la cola.
Esta nueva composición de Europa deberá llevamos necesariamente a una revisión de nuestras instituciones. Los, padres fundadores de una Europa más unida habían proyectado una federación sólida unida con los lejanos, aunque homogéneos, países de la Europa occidental. Su planteamiento estaba orientado hacia Occidente y centrado en tomo al Rin.
Las instituciones que se han creado se derivan directamente del Tratado de la Comunidad sobre el Carbón y el Acero Europeos, propuesto por Robert Schumann. No puede esperarse que sirvan para la nueva Comunidad Europea ampliada. Si así fuera, no habría progreso.
Debemos replanteamos las instituciones que se requieren para la unión europea, basada en un federalismo muy descentralizado, que es necesario para respetar la diversidad de los nuevos Estados miembros, y basadas en el principio de la subsidiaridad.
Este replanteamiento debe tender a identificar las responsabilidades que se asumirán a nivel europeo, a nivel de los Gobiernos de los Estados miembros y a un nivel más local. También deberían revisarse las reglas originales, como el que la presidencia de la CE sea rotativa, cada seis meses, entre los seis Estados fundadores, la asignación del derecho a voto en el Consejo y en la sede del Parlamento Europeo, que cada vez reflejan menos la realidad demográfica, económica y política de la Europa actúal.
Después de Maastricht, Europa es como un enorme solar en construcción. Hay, mucho por hacer para llevar a la práctica los acuerdos. Con el paso del tiempo, habrá que reevaluar y renegociar la infraestructura de la Europa ampliada del mañana.
Es de desear que los Parlamentos de los 12 Estados miembros aprueben el texto de los acuerdos, pero también es vital que su aplicación ponga de manifiesto una nueva voluntad de trabajar juntos en la creación de una unión europea, a la luz de todos los cambios que están redefiniendo nuestro continente.
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