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Reportaje:CELEBRACIÓN EN LOS FOCOS

Nochebuena gitana

Los ahorros de tres meses, para terciopelo, botines nuevos y cuatro días de fiesta ininterrumpida

La celebración de la Nochebuena gitana comienza, oficialmente, el día 23, aunque los más lanzados lo adelantan incluso al día 20.El ritual empieza temprano. De las chabolas salen hombres jóvenes, con trajes negros bien entallados y camisas resplandecientes. Las mujeres se han puesto vestidos de terciopelo o faldas con lentejuelas. Se han peinado y maquillado con esmero. Todos caminan más erguidos que de costumbre: ellos, sobre botines que brillan al sol; ellas, sobre zapatos de tacones finos. Los chiquitines, mofletudos e inquietos, llevan diminutos vestiditos como los de sus padres, y lazos inverosímiles.

Sobre las diez de la mañana, en el poblado sólo quedan chuchos escuálidos, que husmean entre la chatarra. Las familias se han dirigido en sus furgonetas de vender fruta al mercado de Vicálvaro. Esta vez, ellos son los amos. Llenan los carritos con toda la compra, encargada la víspera y pagada con los ahorros de tres meses: cordero, fiambres, mariscos, dulces y bebidas. Después, los hombres se acodan en la barra del bar para invitar a los amigos, mientras las mujeres, entre trago y trago, cantan con los niños, que se llenan de espuma y brillantina.

Licor de 'malocotón'

A mediodía retornan al poblado. Hay que preparar el cerdo, el cordero con patatas y la ensalada de bacalao. Pronto empezará la jarana. Para las mujeres son días de mucho trajín, pero compensan el esfuerzo con las botellas de Baileys y el licor de malocotón ("la cerveza y el vino son de hombres"). "Las mujeres también se las cogen, sobre todo las más jóvenes", dice riendo Victoria, de la familia de los Fernández. "Primero fregamos y recogemos, y aluego juergueamos. Los hombres nos ayudan a picar la carne, a poner la mesa y dar ruido. Ya podían trabajar un poco más".

Las viviendas también se han engalanado. En Los Focos, muchas chabolas están empapeladas primorosamente con el cartón de las cajas de 12 tetra-briks, que es aislante. Eso sí, siempre de lo mismo: hay viviendas de zumo de naranja, otras de leche semidesnatada. Todo está dispuesto con una imaginación que haría palidecer de envidia a los más prestigiosos decoradores. Dentro, una cocina, una mesa, unas sillas, unas estanterías y una cama componen el mobiliario. Las mantas están enrolladas y puestas en alto, para que no cojan humedad. Hay geranios, y cortinas, y olor a lejía.

Hacia la una , Ángel y Carmen tienen todo ya listo, como Fernanda. "¿Te gusta mi casa?", pregunta con su acento sevillano. "Es pobre, pero apañO. Sus chabolas, impolutas, están adornadas con espumillón y cadenetas.

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En la casa de la Milagros hay más follón. Son lo más poderosos de la zona, y todas las familias pasarán por allí y cantarán en honor de la anfitriona, una mujer grande y aseada que agasaja sin parar. De momento, los mayores charlan bajito en el centro de la vivienda. Por la puerta se asoman varias jóvenes. "¡Uh, vaya fiesta más burría!", dicen, y se marchan riendo en busca de baile. Un grupo de 30 muchachos, guitarra en mano, recorren el poblado cantando. Son chavales de familias rivales que, en esta ocasión, han olvidado sus diferencias.

La música es una constante en el poblado. En cada chabola, los casetes no descansan. Lo que más gusta, además del sagrado Camarón, son las rumbas: Los Chichos, La Sus¡, Azúcar Moreno... Otros ritmos extraños se han enquistado con éxito: la lambada o el merengue de Juan Luis Guerra. En cualquier momento, un lolailo o una palma incontrolada desencadena una cascada de cante con las voces agudas de niños y mujeres, que luego retornan a sus quehaceres como si nada hubiera pasado.

Pero cuando canta Jesús el ciego, el hijo de la Magdalena, todos escuchan. Jesús enlaza sin esfuerzo fandangos con seguiriyas, acompañándose con una castañuela que choca contra sus, pómulos y barbilla. En la otra. mano, el bastón marca el contra-. punto con un toc-toc seco. Cuando termina, los más jóvenes aplauden a rabiar y la reunión se, disuelve.

Los niños juguetean descontrolados. Un mocoso de tres. años se tambalea. En una mano, lleva un botellín de Mahou. Es su primera cogorza. "A los chiquillos les compramos alguna, cosilla: un cochecito o una muñeca", dice Emilio Pardo, 11 hijos, no-recuerda-cuántos-nietos: y cinco bisnietos.

En la casa de Juan y María sacan platos con lomo y queso. Las, relaciones entre payos y gitanos, ocupan la conversación. "A los,-gitanos hay que conocerlos", sentencia María. "Ya ves, por este poblado puedes ir cargaítode diamantes, que nadie te va a, tocar. Luego en la ciudad, te ocurre cualquier cosa". Juan dice que hay gitanos liados con payas! de fuera del poblado. La situación inversa no se consiente. "No te creas. Los gitanos ya van siendo más niodernos", responde María".

Baile y policía

A media tarde las familias tienen baile. Los patriarcas, con su corbata, su chaleco y su sombrero ladeado, sacan a bailar a sus mujeres, que se han puesto flores en el pelo. Las más jóvenes interrumpen los pasos a empujones, blandiendo las botellas de licores.

Una patrulla policial recorre lentamente el poblado, en medio de la indiferencia de los gitanos. Los patriarcas habían logrado detener la venta de droga, pero comentan con preocupación que algunas chabolas han vuelto al trapicheo.

La celebración no tiene connotaciones religiosas. Diego Fernández se queda algo perplejo cuando se le pregunta. "No, nosotros de eso no. Hombre, por aquí hay algunos aleyuyas [evangelistas], pero nesotros, no".

Luego protesta porque se pierde mucha comida. Son los "días grandes", y hay que disfrutar de lo que se tiene. Por debajo de la diversión despunta el mismo deseo: "A ver si el próximo año podemos pasar las navidades en una casa, como las personas". Por la noche, las hogueras salpican el poblado. Alrededor del fuego las familias cantan y beben. No hay límites: sólo el cansancio pone fin a la fiesta hasta la mañana siguiente, en que la voz de Camarón volverá a romper el amanecer.

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