Caídas
Todo cae, ya sea por la fuerza de la gravedad o, como decía el otro, por su propio peso. El muro de Berlín, por ejemplo, cayó por su propio peso, mientras que Cuba se viene abajo por la gravedad de su situación económica. ¿Y el pelo? ¿Por qué se nos cae el pelo? No se sabe, lo cierto es que a medida que avanzamos hacia la madurez la cabeza y la conciencia se desertizan irremediablemente.Aunque quizás seria conveniente invertir la última pregunta: ¿por qué no se le cae el pelo a quien se le tiene que caer? ¿Por qué no se le cae el pelo a toda esa panda de chorizos cuyos enjuagues económicos constituyen el sapo con el que nos hemos de desayunar los ciudadanos de este país todos los días? ¿Por qué no se le cae el pelo a ese tal Miguel Escudero, que vive lujosamente en Londres presumiendo de que ha repartido suficientes comisiones para que ahora tengan todos pelos en la lengua? ¿Por qué no se le cae el pelo a quien desde una banca oficial, o lo que sea, ha repartido miles de millones sin garantías de cobro? ¿Por qué para comprar una casa de 60 metros es preciso hipotecar el alma mientras chorizos con corbata de seda generan en 24 horas plusvalías de cientos de millones?
De manera que no todo cae; algunas cosas se derrumban, como esa casa de la Ribera de Curtidores de Madrid, rehabilitada hace tan sólo cuatro años, y que ha estado a punto de matar a varios inquilinos. A la hora de escribir estas líneas, mientras las hojas de los árboles se caen por el peso del otoño, todos los responsables de ese derrumbamiento permanecen reunidos, no sabemos para qué, aunque no para hablar, porque la cantidad de pelos que tienen en la lengua les impide articular palabra. Otro derrumbe estrepitoso: el de los 100 años de honradez. Los cascotes de ese techo están abriendo cráneos inocentes.
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