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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

'Shalom', Felipe

EL VIAJE oficial que inicia hoy el presidente del Gobierno a Israel es de una gran oportunidad. Devuelve la visita que le hiciera en Madrid en 1989 el primer ministro judío, Isaac Shamir. Pero lo hace en un momento en que Israel, terminada la primera fase de la Conferencia de Paz en Madrid, se siente acosado, presionado a dejarse arrastrar por la inercia del proceso de reconciliación e incomprendido por una comunidad internacional que admite mal su irreductible desconfianza hacia los árabes.El viaje se estructurará probablemente sobre tres pilares. Por una parte, su aspecto bilateral. Acompaña a González su ministro de Industria, Claudio Aranzadi, lo que irtdicaría que se pretende negociar algún acuerdo que afecta a ambas partes. Israel necesita salir del marasmo en que se encuentra tras más de 40 años de economía de guerra. En cualquiera de los periplos oficiales del presidente del Gobierno, existe además un protagonista evidente: 1992 y la celebración del V Centenario. Es seguro que se ajustarán los aspectos de la participación judía en Sevilla y de su involucración en Sefarad.

En segundo lugar, se hablará, sin duda, del proceso de paz en Oriente Próximo tal como ha quedado tras la Conferencia de Madrid. Shamir experimenta graves dificultades psicológicas y políticas cuando analiza la continuación de aquél (evidenciadas en su resistencia a viajar a Washington a iniciar las rondas bilaterales), El líder israelí prefiere embarcarse en la negociación multilateral, pese a que, para avanzar en los grandes temas globales -como el desarme en lazona-, se requieren acuerdos políticos previos.

González, con la autoridad moral reforzada por la neutralidad observada por España en la Conferencia de Paz, debe recordar a Shamir que la oportunidad de solucionar la cuestión es única y que difícilmente se pondrán los árabes en disposición más favorable. Sin duda reiterará la posición española de que la paz pasa por el compromiso territorial, por las relaciones que Israel consiga establecer con sus vecinos y no por la cantidad de territorios que se empeñe en conservar. Estratégicamente, la posesión de territorios tiene poco valor si se recuerda la facilidad con que los mis¡les iraquíes llegaron a Tel Aviv durante la guerra del Golfo.

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Finalmente, es inevitable pensar que España actuará en esta ocasión como interlocutor comunitario de Israel. Tel Aviv ha visto en los últimos años que la CE iba inclinándose hacia posiciones más proárabes que las sustentadas por los países miembros tradicionalmente más favorables a la causa judía (Holanda, Alemania, Dinamarca, Reino Unido). Pero no puede desconocerse que desde la Declaración de Venecia de junio de 1990 -primer gran cambio de rumbo en la política comunitaria sobre el conflicto árabe-israelí- ha corrido mucha agua debajo de los puentes. España está en un momento de gran prestigio diplomático; nadie como ella puede contribuir a la comprensión recíproca de israelíes y comunitarios y a la búsqueda del verdadero papel de la CE en el proceso de paz.

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