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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Janovitz, la grande

Los asiduos y los no asiduos al Ciclo de Cámara y Polifonía llenaron la noche del martes la Sala de Cámara del Auditorio. Todos iban a escuchar, una vez más, a Gúndula Janovitz (Berlín, 1937), que, en unión del magnífico pianista británico Charles Spencer, interpretó lieder de Brahms y Strauss. Cuando muere el primero, en 1897, el segundo tiene ya 33 años. Por aquellos días nace Don Quijote, el sexto de sus grandes y celebrados poemas sinfónicos.Estamos ante dos geniales epígonos del romanticismo por muy progresivos que fueran (Brahms, en la forma; Strauss, en la orquestación), y ante el lied siguen la tradición heredada, que se basa tanto en la concentración dramática como en la expansión lírica, siempre a partir de un valor radical: la consideración del texto, en todos sus aspectos, para crear la música que de él se desprende.

Ciclo de Cámara y Polifonía

Gúndula Janovitz, soprano, y Charles Spencer, pianista. Obras de Brahms y Strauss. Auditorio Nacional. Madrid, 26 de noviembre.

Intensidad expresiva

Janovitz, una gran voz y una inteligencia artística extraordinaria, se encuentra en plena juventud, como demostró en su recital, tanto por su atractiva belleza como por su edad lírica. Pide a sus hermosos medios lo que es adecuado, y así no canta Fidelio o Wagner, pero da lecciones de interpretación liederística con una intensidad expresiva, una madurez de concepto que, acaso, supera -y ya es superar- cuando hizo anteriormente.Al escucharla no tenemos que añorar impresiones de otros conciertos anteriores (aquella Novena inaugural de la filarmonía berlinesa), pues la voz obedece en todas las posibilidades dinámicas y luce hermosa, igual, cremosa -como le decían los franceses-, incisiva e incitante, movida por un arte literalmente conmovedor.

Estuvo grave en Auf dem kirchhofe (En el cementerio), intencionada y graciosa en la Serenata en vano, cambiante y dramatúrgica en Del amor eterno, infinitamente serena en Die nacht (La noche), o prodigiosa en Wiggenlied, en el que Strauss contrapone la melódica de la nana a la magia constelar de los sueños (resplandor de las flores que se agitan).

Fue todo un itinerario emocional, una explicación clarividente de lo que es y encierra esa forma breve característica del romanticismo alemán, hecha de los poemas y de las vivencias más íntimas.

Como el pianista Spencer, profesor de lied en Francfort y Salzburgo, no es de los que musitan un acompañamiento, sino de los que dialogan, intensifican o decoran cuanto hace la voz. El resultado de todo ello fue de primer orden, y el éxito conseguido entre el público fue unánime y entusiasta.

¡Cuánta música habita en esas 22 canciones de Brahms y Strauss y cómo la comunicó Gúndula Janovitz! Bravo.

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