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Hamlet se encarna en Mario Cuomo

El dubitativo gobernador de Nueva York mantiene en vilo a los aspirantes a la Casa Blanca

Antonio Caño

Cuentan con ironía en Albany que Marío Cuomo vive en un tremendo desasosiego desde que se le apareció el diablo en los pasillos del Capitolio estatal para tentarle con la Casa Blanca. "¿No te das cuenta de que la gente quiere un cambio después de 12 años de Gobierno Reagan-Bush?". "Pero ¿qué puedo ofrecer yo, que ni siquiera he podido arreglar el déficit económico de mi propio Estado?", contestó el gobernador de Nueva York.

La tentación volvió a la carga: "¿No te das cuenta de que lo único que necesitan los demócratas para ganar las elecciones es un líder carismático como tú?". Cuomo temblaba, atormentado por la duda: "Pero ¿qué puedo ofrecer yo, un viejo político neoyorquino del que la mitad de este país debe pensar que soy un peligroso izquierdista?". "¡Preséntate!", insistió el diablo. "¿Y si pierdo? ¡Se me acaba mi carrera!", replicó Cuomo. "Pero ¿y si ganas?". "Eso sí, ¿y si gano?".Para los norteamericanos no hay forma más fácil de explicarse las dudas que angustian a este católico de ascendencia italiana que un conflicto de Mario Cuomo con su propia conciencia. Pero lo cierto es que esa duda, lo que se conoce ya como el efecto Cuomo, se ha convertido en uno de los factores más importantes de la política nor teamericana en estos momentos.

Ni republicanos ni demócratas podrán descansar tranquilos hasta que Mario Cuomo, la figura más brillante de la oposición y uno de los hombres más populares del país, decida si se presentará o no a las elecciones presidenciales de 1992.

Los asesores del presidente George Bush preparan ya una estrategia para combatir a Mario Cuomo, convencidos de que, si decide presentarse, la carrera hacia la Casa Blanca que dará reducida a un combate cuerpo a cuerpo entre estos dos hombres.

Los actuales candidatos demócratas se quejan amargamente de que la expectación creada por el gobernador les impide incrementar su popularidad.

Sin desgastarse

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Mientras tanto, Mario Cuomo interpreta pacientemente el papel de Hamlet en una larga escena que está consiguiendo romper los nervios de todos los demás sin que él mismo sufra el más mínimo desgaste. Nadie sabe si Cuomo resolverá esa duda en unos días más o esperará hasta las elecciones primarias del 19 de marzo en California, oportunidad en la que, teóricamente, se decide el nombre del aspirante a competir por la presidencia. Cuando se le pregunta por este asunto -y se le pregunta a diario-, Cuomo responde simplemente: "Ya lo diré. No me metan prisa".Los columnistas políticos no pueden entender que una figura con su arrastre personal se niegue a plantearle batalla a Bush cuando el presidente ha empezado a dar muestras de vulnerabilidad en sus aspiraciones de reelección. "Cuando lo ves en televisión, con ese humor, esa inteligencia, esa gracia y ese poder, todo el mundo se pregunta lo mismo: es fantástico, es mejor que los demás. ¿Por qué no se presenta? ¿Cuál es el gran misterio?", ha escrito A. M. Rosenthal en The New York Times.

Respuestas parciales

No hay una respuesta clara a esta duda, pero sí existen algunas respuestas parciales. Cuomo teme que, después de terminar su ano fiscal como gobernador de Nueva York con un déficit fiscal de casi 4.000 millones de dólares, se le pueda reprochar su incapacidad para el manejo de la economía. Teme también que su imagen del tradicional político liberal del Este fracase a la hora de arrancar votos en el interior del país.Mario Cuomo se siente, además, limitado por su condición de católico hijo de emigrantes italianos. "Creo que ha llegado la hora de que un católico y un italiano pueda ser presidente de Estados Unidos, pero no tan católico y tan italiano como Cuomo", escribía un comentarista político. Existen sospechas incluso de que Cuomo pueda estar preocupado por algún punto oscuro en su pasado.

Es tal la obsesión con este personaje que el vicepresidente, Dan Quayle, y el portavoz de la Casa Blanca, Marlin Fitzwater, se han empeñado en los últimos días en dirigirse a él simplemente como Mario, sin duda para remarcar su origen y para restarle la talla que la mayoría de la prensa se empeña en concederle. Desde sus propias filas del Partido Demócrata se le ha exigido oficialmente que defina su futuro con urgencia. Los demás candidatos de la oposición han empezado a pelearse con la sombra de Cuomo.

El senador por Iowa, Tom Harkin, actual portador de la bandera del liberalismo entre los demócratas, ha dicho: "Yo creo que todos estamos frustrados con la publicidad que rodea a las dudas de Cuomo. El gobernador ha ido tan lejos como para reclamar la ayuda de Dios para que le ilumine en su dilema, comparando su situación con la conversión de san Pablo".

El gobernador de Virginia, Douglas Wilder, el único negro en la carrera presidencial, ha pedido a los votantes "que ignoren a los pretendientes al trono que han provocado déficit en sus propios Estados". Sin embargo, otro candidato demócrata, el ex senador Paul Tsongas, ha animado a Cuomo: "¡Vamos, gobernador! ¡Ayude a salvar a los demócratas!".

Cuomo sabe que, a los 59 años, ésta puede ser tal vez su última oportunidad de ser presidente. Aún sin reconocerlo, empezó su campaña exploratoria hace varios meses por medio de viajes por todo el país para denunciar la política económica de la Casa Blanca y asegurar que "la única razón por la que Bush es favorito es porque, hasta ahora, los demócratas no tienen un programa para América".

Rompiendo su tradición casera, el gobernador se decidió en octubre pasado a visitar Japón para demostrar cuáles serían sus prioridades de política exterior. Después de criticar repetidamente la excesiva dedicación de Bush a las relaciones internacionales, cuando el presidente anuló su visita a Japón, Cuomo dijo, con todo el sarcasmo del que suele hacer gala, que ése era, precisamente, el único viaje que no tenía que haber suspendido.

Presume de modesto

Cuomo presume en público de su modestia. Sus asesores coleccionan solicitudes de entrevistas de los principales medios del país, pero Cuomo dice que los periodistas que se desplazan a Albany para interesarse por su vida no deben de tener nada mejor en lo que perder su tiempo y su dinero.Cuomo juega a no entender toda la expectación que su persona despierta y confiesa que, cuando se ve a sí mismo en la televisión, lo único que piensa es: "¿Quién es ese tipo con la nariz tan grande?".

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