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31 niños esclavizados y obligados a tomar anfetaminas para trabajar, rescatados de una fábrica en Tailandia

Juan Jesús Aznárez

Esclavizados a los 10 años, obligados a tomar anfetaminas para cumplir una jornada laboral de 18 horas y apaleados hasta el desmayo a la menor señal de rebeldía, 31 niños y adolescentes tailandeses, laosianos o pertenecientes a la tribu muser fueron rescatados recientemente de sus mazmorras en una fábrica ilegal de papel de Tailandia. Quienes podían mantenerse en pie se abrazaron llorando a las piernas de los policías que intervinieron en la operación. En la provincia de Chiang Mai, al norte del país, una niña de nueve años se prostituía por una propina.

Cuando las fuerzas de seguridad irrumpieron en la fábrica de papel, alertadas por el padre de uno de los jóvenes que consiguió escapar, encontraron un lazareto de 14 niños tendidos en una cochambrosa habitación con fisuras en los huesos de las piernas o baldados por las palizas. Ninguno podía levantarse del suelo sin ayuda, y tres de ellos pueden quedar cojos de por vida. Los 31, con una edad media de 13 años y sin haber recibido un solo salario, habían sido obligados a trabajar 18 horas diarias y presentaban infecciones en la piel y grave desnutrición.

Los médicos han advertido que 28 de ellos sufren profundos traumas y necesitarán asistencia psquiátrica durante mucho tiempo. El primer ministro de la junta militar, Anand Panyarachun, aseguró que es necesario revisar las leyes laborales para impedir estos abusos que en la mayor parte de los casos quedan impunes.

Prostitución infantil

Virada Somswasdi, experta socióloga del departamento de estudios sobre la mujer de la Universidad de Chiang Mai, se pregunta cómo es posible que una niña de nueve años pueda ser prostituta: "Esto demuestra que algo no funciona en nuestra sociedad ni en la gente que nos gobierna. ¿Es posible que esa niña pueda tener una vida normal después de esa terrible experiencia?".

Tampoco parece tener mucho futuro ese joven de no más de 16 años, con expresión de hastío, que, abrazado a un anciano anglosajón próximo a los 80, se encamina hacia uno de los muchos moteles del barrio de Patpong, donde adolescentes y amas de casa necesitadas enjabonan con su cuerpo a los turistas que en Bangkok visitan las casas de masajes como en París la torre Eiffel.

En un país de 55 millones de habitantes, entre 200.000 y 800.000 mujeres, según sean fuentes oficiales u organizaciones no gubernamentales quienes proporcionen la estimación, se dedican a la prostitución.

Otras 80.000, en una cifra compartida con jóvenes filipinas, trabajan en los garitos de Kabukicho de Tokio o en el "pequeño Bangkok" de la provincia de libaragi. Un japonés de paso en la capital tailandesa reconoce que en una sociedad tan aparentemente formal como la suya "cualquier japonés puede expresar libremente sus más salvajes deseos sexuales con una mujer que se encuentra ilegalmente en el país, no habla la lengua del país y es improbable que llegue alguna vez a quejarse".

80.000 pesetas

Cuando el salario normal mensual en una fábrica tailandesa ronda las 7.000 pesetas, al cambio, es fácil conseguir nuevas pupilas entre quienes con dificultades de empleo escuchan que en los prostíbulos los ingresos pueden superar las 80.000. En alguna aldea del norte, el 70% de las jóvenes se ocupan en un oficio que provoca taras difícilmente superables entre quienes llegaron a él por fuerza.

Los tratantes de este esclavismo juvenil utilizan diversos métodos en la recluta de la víctimas. Corredores de las agencias de trabajo abordan trenes procedentes de las regiones más pobres del país y entablan conversación con jóvenes ingenuos que viajan a Bangkok en busca de trabajo. Les aseguran importantes beneficios en tareas cómodas y presentan a la firma engañosos contratos de trabajo. Poco después son literalmente vendidos a los propietarios de plantaciones o factorías que han solicitado este tipo de mano de obra. En otros casos son los propios padres, analfabetos, los estafados, y entregan "en custodia" a sus hijos por cantidades que rondan las 30.000 pesetas.

Thewin Akarasilakun, comprometido con programas de rehabilitación, indica que otra fórmula es prestar una importante suma a los padres durante la edad escolar de sus hijos. Utilizado este dinero para pagar débitos anteriores o para construir una vivienda, los padres no pueden atender después los insistentes requerimientos de los prestamistas. En prenda, los hijos aceptan degradantes trabajos y deben entregar todos los ingresos a estos acreedores.

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