A la 'mili'
Doscientos un mil novecientos siete jovenes (del sexo masculino) ya han encontrado su destino en la mili. Ante esta cruda e inexorable realidad, ya se habrán dado cuenta de que no somos nadie (menos aún en calzoncillos) y dentro de unos mesecitos empezarán a conocer por propia experiencia cuán útil resulta la mili para formar los cuerpos y los espíritus.Hay en la mili un principio incontrovertible: allí se va a servir a la patria. Se lo dijo el sargento a un recluta cuando éste protestaba de que el rancho tenía tierra. Y si el recluta replicó que había ido a servir a la patria, pero no a comérsela, fue un craso error. En la mili, si hay que comerse la patria, va uno y se la come. En la mili todo es posible, excepto desobedecer una orden. En la mili, la primera regla es saber decir: "A sus órdenes, mi sargento" (pronúnciese "asórdenes"). Y luego enseñan a manejar armas, a marcar el paso, a avanzar al tresbolillo, con lo cuál las guerras se ganan en un periquete.
Así son las primeras semanas de la mili. Luego ya da tiempo para todo. Por ejemplo, para asustar a la novia relatándole espeluznantes hazañas bélicas. O para preguntarse por qué han de hacer la mili 201.907 jóvenes del sexo masculino y no 201.907 del sexo femenino (también se podría partir: 100.453,5 de cada). Pues si las mujeres pueden ser cadetas y coronelas del Ejército y almirantas de la Armada, no se entíende por qué no han de ser mozas de reemplazo, ni soldadas rasas, ni reclutas, mientras a los hombres se nos obliga a ser mozos de reemplazo y soldados rasos y reclutos. No es justo. O nos dedicamos todos a servir a la patria o más valdrá romper la baraja.
Claro, que nos está bien empleado, por ir de machos por la vida. Te pones en plan machote y acabas en la mili. Tienen razón las mujeres: los hombres somos un desastre.
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