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'Ley y orden'

Las nuevas series norteamericanas muestran con crudo realismo el desencanto ante las instituciones

La ciudad es una jungla, los policías no son ángeles y el sistema judicial yerra ostentosamente. Ayer incorruptibles, los servidores de la ley y el orden ya no responden hoy, en las series de televisión, a la idílica imagen de tiempos pasados. Corrupción, cinismo, desmoralización, son lugar común en estas nuevas ficciones televisivas. Con estilo documental o imitando la estética de videoclub de la Music Television (MTV), de todas se desprende la convicción común de que el sistema no funciona.

Es lo que se deduce de Ley y orden, una de las recientes series norteamericanas de más éxito, en la que dos intachables detectives de la policía investigan casos documentados en la crónica diaria. Su estilo semidocumental, sobrio y desapasionado, se ha ganado el fervor de la audiencia, que puede oír en un episodio en el que se investiga un hospital frases referidas a los médicos como ésta: "Cuando no logran enderezar sus fatales errores, simplemente los entierran". La medicina, observa alguien, "es parte ciencia, parte lotería". Lo nuevo no es esta visión desencantada de las instituciones, que ya estaba en Canción triste de Hill Street, sino el protagonismo que toma esta incredulidad, y un cinismo reflejo en buena parte de insatisfacciones y tensiones sociales no resueltas que los nuevos programas explotan.

Tensión

Hay un diálogo al principio de la serie Los nuevos polícias (Antena 3) que ilustra perfectamente la tensión entre el policía y las instituciones. Un agente veterano inicia a su joven colega en los secretos de la profesión, una "ciencia ahora", dice, "en manos de los ordenadores y de ese mamarracho del abogado defensor, que te dejará sin caso si se te ha olvidado preguntarle a su cliente qué tipo de rosario usaba su madre cuando rezaba por él". En el diálogo, el policía veterano deja claro que, ante un ataque de delincuentes, él huiría: "Me quedan seis meses en el cuerpo y no quiero convertirme en humo en una misión". El personaje responde a la imagen, difundida de policía desmoralizado y apático que sobrevive como puede en la jungla de asfalto. Su credo, en el fondo el de la serie, es claro: las instituciones dejan al policía a la intemperie; el origen de la delincuencia radica en la falta total de autoridad; la corrupción lo abarca todo.Otro caso ejemplar es Quan es fa fosc, la serie coproducida por TV-3 y Lorimar (Dallas). Una voz en off introduce cada episodio de esta serie, protagonizada por un juez que se desdobla en justiciero para ayudar a que la justicia se cumpla. "Cuando era policía", dice la voz del protagonista, "los delincuentes se escapaban por las fisuras de la ley, pero creía en el sistema. Cuando era fiscal perdía los casos contra abogados corrompidos, pero creía en el sistema. Como juez estaba constreñido por la rigidez de la ley, pero creía en el sistema. Hasta que me arrancaron la vida, y entonces dejé de creer en el sistema y comencé a creer en la justicia". Antes se ve saltar por los aires a su mujer y a su hija en un atentado.

Otro ejemplo de estas series, que recogen y explotan la actualidad que antes ha pasado por los informativos, es Llamadas a medianoche, de Televisión Española, en el que un Policía que ha abandonado el cuerpo se convierte en confidente y defensor de las víctimas del crimen desde un programa de radio nocturno.

Tampoco salen bien parados los poderes públicos en La pasión de Gabriel (TVE), ni en muchas de las series realistas de las últimas hornadas, en las que es habitual encontrarse con comentarios del tipo "sólo los primos van a la cárcel".

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