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¿Quien dice que Marx ha muerto?

La muerte de Marx, del marxismo, viene voceándose desde hace muchos años. Pero desde 1989 se ha convertido en un clamor que ha llegado a ensordecernos con los sucesos de la URSS en el pasado mes de agosto. Es comprensible: la URSS, o sea, Rusia, era el gran enemigo, el Satán redivivo, y su caída tenía que producir en quienes durante años vivieron obsesionados con su amenaza un indisimulado regocijo. Pero hay mucha miseria -intelectual y de la otra- en el júbilo con que anticomunistas de toda la vida y anticomunistas conversos han acogido el derrumbamiento del marxismo. Porque por muchas vueltas que le demos, esto es lo que ha acontecido en la opinión de todos los jubilosos, que a la hora de las albricias no distinguen entre marxismo y leninismo ni entre -socialismo y comunismo.Bien, así están las cosas; es decir, mal. Y a mí me parece que en la izquierda debe reflexionarse a fondo sobre todo esto. Porque la derecha hoy por hoy ha ganado una batalla que en el terreno de las ideas tenía perdida hace no demasiados años. Con las renovadas armas de un liberalismo viejísimo, economicista, consistente en que volvamos a la ley de la selva, en minimizar al Estado para que éste y sus necesarios instrumentos burocráticos estén al servicio del complejo financiero oligárquico, se pretende hacer pasar por nuevo lo que es arcaico. Y que lo es por más que en su triunfante caminar la vieja derecha conservadora se encuentre con aliados insólitos, que confunden los errores del burocratis.mo y del totalitarismo con la gran tradición humanística que desde el siglo XVI hasta hoy ha hecho casi todo lo que se ha hecho, de un modo u otro, en defensa de la dignidad de los hombres y de su emancipación.

La izquierda tiene la obligación de defender esa tradición, que es su razón misma de existir. A ella pertenece Marx, aunque ya es más discutible que pertenezca Lenin, quien fue, sobre todo, un político astuto obsesionado con la conquista del poder, que al fin consiguió. Marx es, en los tiempos modernos, la condensación más coherente de la gran tradición de la .izquierda. Por eso los voceros de un liberalismo que desacredita a Keynes para prestigiar a teóricos ingenuos y bienintencionados o ya crepusculares y decididamente reaccionarios se han aprestado desde hace años a herir por do máspecado había.

La estrategia es buena: no es posible ser de izquierda, ni la izquierda misma puede existir, sin la referencia del marxismo. El marxismo como filosofia, claro es, como método de conocímiento del mundo, no como doctrinainmediatamente política. Si la izquierda renuncia a Marx, ha renunciado a sí misma: no es su único componente, pero sí es uno de los pilares de una concepción del mundo que busca construir una sociedad justa y armoniosa donde se haga realidad el sueño del clásico de que cada cual sea hijo de sus obras.

Con motivo de la guerra del Golfo vivimos un espectáculo de confusión verdaderamente penoso. La estrategia de la desinformación, hábilmente conducida por los aparatos del poder imperial, y la ingenuidad de algunos, incapaces de distinguir entre las bravatas de un tiranuelo y los verdaderos intereses del conflicto, que no eran los de la soberanía de Yuwalt, sino los del control de las fuentes de energía, dieron como resultado el que una guerra tan monstruosa recibiese plácemes culturalistas y democráticos como nunca ha recibido un conflicto de semejantes proporciones. Schwarzkopf no sólo aplastó a los iraquíes, enterrándolos incluso en las arenas del desierto -guerra limpia, repetían los desinformadores-, sino que hizo algo más grave: desmanteló en buena medida a cierta izquierda y a algunos liberales de prestigio.

El análisis marxiano, con permiso, del conflicto arroja resultados impecables: petróleo y expansionismo imperial. Encima, los discursos, las superestructuras de la liberación de Kuwait y de la paz en el Oriente Próximo. No siempre las cosas son tan fáciles, y desde luego el mundo en que vivimos no se presta a las simplificaciones. Pero creer que el libre cambio está vivo y es nuestro único futuro mientras que Marx está muerto y las expectativas de una sociedad razonable, donde el hombre sea algo más que una mercancía, pertenecen al pasado, o es discurso interesado -superestructura- o es una pura falacia, que no resiste el menor análisis.

Quienes proclaman la muerte de Marx son, en su inmensa mayoría, los grandes reaccionarios de siempre. Que en medio pueda aducirse al peor Popper poco significa: pensador respetable, pero anclado en el siglo XVII, una vez sustraído del ámbito del neokantismo -esto es su teoría de la ciencia-, está incapacitado para entender el mundo de este fin del siglo XX. Porque no es preciso ser socialista para darse cuenta de que las aportaciones de Marx al conocimiento de la realidad social fueron gigantescas. Si sus predicciones no se han cumplido, tampoco es para sorprenderse, cuando en esta materia nadie ha acertado nada, y basta ver cómo ha ido el mundo en los últimos años sin pedir permiso apolitólogos y demás fauna sabia en tales cuestiones.

Marx forma parte del patrimonio moral y cultural de la mayoría de la gente que cree de veras en la dignidad humana. Y que algunos o incluso muchos lo hayan utilizado mal y en su nombre hayan cometido tropelías no es argumento contra Marx: hay que ver las atrocidades que se han hecho con el Evangelio en la mano, y quién -yo, desde luego, no- podrá poner en duda la pureza y la bondad altísimas de Jesús de Nazaret. No es necesario ser marxista para que Marx forme parte de nuestro patrimonio cultural y moral. Me atrevo a decir que la posesión de un mínimo talante liberal conlleva la asunción del marxismo como método de conocimiento -uno entre otros, si se quiere- de la realidad.

Está bien que Ronald Reagan, gran lector de novelas del Oeste y simpatizante del senador MeCarthy, considere al marxismo la hidra de las nuevas cabezas. Está bien que todos sus apologetas y seguidores lo piensen y lo digan. Pero también es necesario que sepamos y lo tengamos muy presente quién lo piensa, quién lo dice, quiénes son los que cantan, ensimismados, la muerte de Marx. El significado de los mensajes se halla subordinado a la naturaleza del emisor, reza un axioma indiscutido de la lingüística moderna. Pues eso: sepamos a qué atenernos.Miguel García-Posada es crítico literario.

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