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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Cuarto a espadas

Con el permiso de la autoridad (el señor Amorós parece avalar en su campanuda lista la totalitaria teoría de la acumulación: los discrepantes, como poco, están en Babia y se les va a caer el pelo) y si el correo no lo impide, quisiera echar mi cuarto a espadas, que no estoques, en la architrillada polémica de los toros, que para mí se reduce a la siguiente pregunta: ¿es lícito expresarse instrumentalizando el sufrimiento físico de otro ser vivo? Recuerdo cierta performance de la Documenta de Kassel en la que el artista abría en canal un cordero sobre el cuerpo convulso de una mujer desnuda, que, al venírsele encima el mondongo, profería espantosos gritos. ¡Acabáramos! El cordero estaba muerto de antemano. En cuanto a los alaridos, me imagino que serían de complicidad interpretativa. Que los toreros quieran o no inmolarse a determinada visión en las astas de los morlacos no tendría mayor importancia si estos últimos estuvieran conformes o disecados. Al no estarlo, las corridas más bien parecen ritualizaciones de un morboso impulso esclavizador con resabios de esteticismo efectista, que se proyecta entre los espectadores en un infinito juego de espejos. No entro a juzgar el supuesto contenido de la expresión, creativa o no; sólo me interesa el mecanismo, el vehículo. Cuando un niño rompe un muñeco no hay por qué reñirle, a lo mejor le bulle la sangre primigenia o es un consumado desconstruccionista; pero si se dedica a diseccionar ranas vivas para ver cómo les late el corazón hay que tirarle de las orejas; sin dejarle sordo, faltaría más. Cuestión de convivencia: hay tipos de violencia que sí son incompatibles con la belleza y nada tienen de insondables.

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