El nuevo orden inexistente
EN REALIDAD, el nuevo orden internacional no existe, vino a decir el lunes el presidente Bush en su discurso ante la Asamblea General de la ONU. De su intervención se desprende que el presidente de EE UU ha abandonado el sueño de una gran paz global que acarició en los más acuciantes momentos de la crisis del Golfo, hace ahora un año.En su intervención, George Bush no renuncia a ser líder de una comunidad de naciones "obligada a vigilar las nuevas y viejas amenazas", pero parece haber comprendido que la cooperación entre potencias no conduce automáticamente a un acuerdo del que se deduce la imposición de soluciones pacificadoras: dan fe de ello los problemas de las nacionalidades en el este europeo, la hasta ahora intratable cuestión israelí y, sobre todo, lo poco satisfactoria que está resultando la evolución de Irak, el gran derrotado del primer intento de colaboración mundial en la corrección de conflictos. Y es que las tensiones de la guerra fría no han sido sustituidas por un nuevo sistema global de ordenación de la paz; sólo han desaparecido. Las reemplaza un catálogo de crisis más o menos generales, que viene a ser casi el mismo conjunto de problemas con que se enfrenta la ONU desde hace décadas.
Del discurso merece destacarse la sugerencia de que sea anulada la resolución que hace 16 años equiparó el sionismo al racismo. Un texto que -impuesto por el Grupo de Países No Alineados en lo que era el momento más duro de la oposición a Israel- contribuyó decisivamente desde 1975 a estorbar el diálogo de paz entre israelíes y árabes.
La petición de Bush es un gesto sin duda hábil por dos razones: en primer lugar, contribuye a recordar a Israel que Estados Unidos sigue siendo su mejor valedor en el mundo, por mucho que se haya visto obligado a adoptar posiciones de neutralidad frente a cuestiones tales como los asentamientos israelíes ilegales en los territorios ocupados, En segundo lugar" llega en un momento en que la suavización de tensiones es coherente con el esfuerzo de Washington por hacer que se sienten árabes e israelíes en una conferencia de paz: la desaparición de la condena del sionismo como racista -no excesivamente difícil en la actual tesitura de las relaciones internacionales contribuiría a acallar las objeciones de Tel Aviv a un diálogo con las capitales árabes.
Finalmente, Irak es un tema que los aliados han intentado mantener, cuando menos formalmente, en el regazo de la ONU. Por esta razón, el presidente Bush no dejó de aludir al problema que Sadam Husein plantea al resistirse a cumplir con las resoluciones que le fueron impuestas como consecuencia del alto el fuego en abril pasado, especialmente en materia de desarme. Una amenaza lanzada por los estadounidenses de que impondrían por la fuerza la misión de control -y de que llevarían el asunto al Consejo de Seguridad para tomar medidas más severas contra el líder iraquí- ha producido el efecto deseado. No debe descartarse, sin embargo, que la ONU se vea obligada a intervenir más veces en la cuestión iraquí, de la que, después de todo, se encarga oficialmente.
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