Los demócratas juegan la baza casera contra Bush
La campaña para las elecciones de 1992 ya está, de hecho, abierta
Demócratas y republicanos han abierto de hecho la campaña electoral para las elecciones de 1992 con una coincidencia: seria preocupación por la política interior. Por el lado de la oposición, la sesión de otoño de] Comité Nacional del Partido Demócrata, celebrada e pasado fin de semana en Los Ángeles, respaldó la voluntad de sus candidatos presidenciales de luchar para salvar al país del desastre económico.Por parte del Gobierno, el presidente George Bush, aunque todavía no ha anunciado oficialmente sus intenciones de reelección, recorrió durante la pasada semana cinco Estados del país para contrarrestar los argumentos demócratas y defender su filosofía de que los problemas nacionales no se solucionan, como pretenden sus rivales, con mayor intervención del Gobierno en los asuntos económicos.
En su reunión de Los Ángeles, los demócratas demostraron que tienen ideas sobre las necesidades más urgentes del país, pero no tienen las personalidades con el prestigio suficiente para defenderlas. Todos los precandidatos son, por ahora, políticos sin experiencia.
En sus primeras apariciones preelectorales, Bush estuvo, sin embargo, agresivo contra sus débiles rivales, casi a la defensiva, evidenciando, según la prensa norteamericana, su vulnerabilidad en los temas de política nacional. El presidente sólo fue capaz de mencionar tres logros de su gestión en su primer mandato: una ley para reducir la contaminación, otra para la asistencia a niños de familias con bajo poder adquisitivo y otra contra la discriminación de personas con impedimentos fisicos.
Un representante demócrata en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, David Bonior, preguntaba estos días qué es más importante para el Gobierno de George Bush, construir un puente para el desarrollo de la economía en San Petersburgo (Rusia) o en San Petersburgo (Florida).
Uno de los tres candidatos oficiales del Partido Demócrata a la presidencia, el senador por lowa Tom Harkin, ha elegido como unode los principales lemas de su campaña la idea de que el Gobierno norteamericano debe conceder al propio Estados Unidos; el estatuto de nación más favorecida, previsto para ayudar a los aliados de Washington en el mundo.
El gobernador de Nueva York, Mario Cuomo, uno de los pesos pesados del Partido Demócrata que todavía guarda silencio sobre sus intenciones presidenciales, advirtió recientemente en un discurso que Ia nave del Estado navega por aguas turbulentas". "El Gobierno federal está en quiebra, los Estados están en quiebra, mientras los impuestos suben los servicios bajan, la clase media se ha empobrecido y los trabajadores pasan más dificultades que nunca", dijo Cuomo.
La crisis económica afecta aún más a otros sectores de la población norteamericana. A lo largo del mes de julio, 300.000 norteamericanos pasaron a engrosar la lista de 1.500.000 trabajadores que no percibían ya seguros de desempleo. Treinta y siete millones de estadounidenses no están beneficiados por ningún tipo de seguridad social.
¿Dónde está el dinero?
Pese a los pobres resultados económicos de sus primeros cuatro años de gestión, Bush cuanta a su favor con la incapacidad de los demócratas para explicar a la opinión pública de dónde sacarán el dinero para corregir las deficiencias que hoy le critican al presidente.
La única propuesta precisa -pero de dudosa rentabilidad electoral- presentada por los tres demócratas empeñados por el momento en la carrera presidencial es la de que hay que recortar los gastos de defensa para destinar ese presupuesto a los programas sociales. El que más lejos va en esa política es Harkin, que propone una reducción de los gastos militares de hasta un 60%. "Hay que detener el gasto de 160.000 millones de dólares al año para la defensa de Europa", dijo.
Los demócratas confian en que, tras los sucesos de la Unión Soviética, la opinión pública norteamericana sea menos perceptiva que hace cuatro años a la necesidad de una América fuerte militarmente. La oposición pretende persuadir al votante de que no se deje impresionar por las fanfarrias de los desfiles de la victoria o por el carisma de un presidente al que, en palabras del representante Bonior, le interesan más los desempleados de Minsk que los de Michigan.
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