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Mayor deshoja la margarita electoral

El primer ministro dispuesto a aprovechar sus recientes éxitos para convocar elecciones

Enric González

A John Major, jefe del Gobierno conservador británico, le ha sentado bien el verano. En julio sufrió un par de coscorrones -el escándalo del Bank of Credit and Commerce y la sonada fuga de dos presos del Ejército Republicano Irlandés (IRA)- y el chichón le salió en las encuestas: los laboristas alcanzaron una ventaja de cinco puntos. Pero desde entonces todo fue como la seda. Compartió barquito de pesca con Bush, fue el primero en visitar a Gorbachov y a Yeltsin tras el golpe, se marchó a Pekín para reñir a los chinos, y mientras tanto, en casa, la inflación se le puso en casi nada.

Esta racha podría aprovecharse para convocar elecciones en noviembre. Major se lo está pensando. Ya tiene ventaja en las encuestas. Y esos mismos sondeos reflejan que a los británicos no les gusta su principal contrincante, Neil Kinnock: más de un 20% consideraría votar a los laboristas si no fuera por Kinnock, al que acusan de farsante, inconsistente y sin principios.Major, en cambio, ha fortalecido su imagen de estadista internacional y de gestor razonable. Todo eso está ahora a su favor.

Sólo cinco puntos

Cinco puntos constituyen una ventaja escuálida que podría verse arruinada por un traspié de última hora.La inflación es baja (4,8% anual), pero el desempleo crece ininterrumpidamente desde hace 18 meses y la actividad económica no da signos de desperezarse. El sistema educativo ha perdido calidad, igual que el transporte público. Y bandas de jóvenes se sublevan día sí, día no en los barrios marginales. Todo esto está en contra.

Major podría agotar con cierta tranquilidad la legislatura y convocar elecciones para junio si el único rival fuera el Partido Laborista, visto el escaso gancho popular de Neil Kinnock.

Pero existe una variable peligrosa, el Partido Liberal Demócrata (PDL) de Paddy Ashdown.

Se trata de una formación centrista que ha recogido los restos del naufragio del Partido Liberal y del Partido Socialdemócrata, y cuyas expectativas electorales no van más allá de un 20% de los votos, en el mejor de los casos.

Parece capaz de captar sufragios de ambos lados del centro-izquierda, que rechaza a Kinnock, y del centro-derecha, harto de conservadores tras 11 años.

Y si Major no obtiene mayoría absoluta -pese a un sistema electoral que favorece a los grandes-, serían los diputados de Ashdown quienes decidirían quién gobierna.

El PDL lo ha dicho bien claro en su reciente congreso: para apoyar a una mayoría minoritaria, exigirán entrar en el Gobierno con un pacto que deberá durar toda la legislatura e impulsarán la total integración del Reino Unido en una Europa de signo federal. Dos condiciones inaceptables para Major, especialmente la segunda.

De todas formas, no alcanzar la mayoría absoluta sería un cataclismo, para un partido que ganó tres veces seguidas con Thatcher y que decidió derribarla porque perdía en las encuestas, no en las urnas, la sucesión de Major, y no un Gobierno de coalición, sería probablemente en lo que pensarían los dirigentes tories en tal tesitura.

¿Qué hacer?

¿Qué hacer? El presidente del Partido Conservador, Chris Patten, dice que es mejor esperar. El anterior presidente y actual ministro de Interior, Kenneth Baker, dice una y otra vez que ahora.A Major se le supone una cierta ansiedad por acudir cuanto antes a las elecciones, para revestirse de legitimidad popular -fue Thatcher quien ganó las anteriores, no él- y afrontar con calma la peliaguda cuestión de la CE, que debe ventilarse antes de fin de año y que, en el Reino Unido, es capaz de hundir la popularidad de cualquiera (otra vez el fantasma de Margaret Thatcher).

Pero el discreto primer ministro prefiere esperar un poco más antes de anunciar su decisión. Pero un error de cálculo podría ser mortal.

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