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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reforma profesional

EL PROPÓSITO del Gobierno de acelerar el ritmo de la reforma de la formación profesional (FP) durante el nuevo año escolar, que hoy comienza oficialmente en toda España, parece no sólo acertado, sino absoluta mente imprescindible. Ante la proximidad del merca do único europeo, en el que se deberá demostrar la capacidad de competencia de cada país, la ineficacia de la actual FP no facilita el optimismo. Probable mente sea su descrédito (la llamada. mala imagen social de la FP) la principal causa de los graves problemas de masificación que sigue arrastrando el escalón superior del sistema educativo.El crecimiento incesante de la demanda de enseñanza universitaria seguramente se ajustará a un ritmo más racional cuando, al término dile los estudios secundarios, los jóvenes cuenten con una oferta de educación profesional verdaderamente atractiva y con una inequívoca y más rápida posibilidad de acceso al mercado laboral que la que permite hoy la educación universitaria. Lo que justifica precisamente la necesidad de un cambio radical de la FP es que seguramente son las pequeñas reformas que ya se han emprendido con anterioridad a la aprobación de la LOGSE, o dentro del espíritu de la nueva ley educativa, las que están determinando cierto cambio en las expectativas de los estudiantes que terminan la enseñanza primaria. Así, y dentro del crecimiento sostenido de la demanda de escolaridad en las actuales enseñanzas medias, en comunidades autónomas como Cataluña ya empieza a ser proporcinalmente algo mayor la inclinación de los jóvenes que terminan la EGB hacia la formación profesional, que hacia el bachillerato. Todo ello, claro, frente al lógico impacto del descenso de la natalidad sobre la matrícula escolar en la etapa de enseñanza primaria (unos 150.000 alumnos menos en este curso que en el pasado). Esta última circunstancia favorece la disminución del número de alumnos por aula, uno de los factores a los que el profesorado concede mayor importancia para la mejora de la calidad de la enseñanza, y la simultánea ampliación de puestos escolares en la etapa anterior a la educación obligatoria.

La nueva concepción y regulación de la educación infantil cuya reforma se emprende en este curso también será un elemento determinante de la mejora de la calidad. En determinados casos, el fracaso del alumno en su escolaridad obligatoria se debe, unas veces, a no haber contado con educación preescolar, y otras, a que ésta no haya sido la adecuada. Cuando comenzó a generalizarse la escolarización de los niños menores de seis años, la escasa vigilancia de la Administración educativa sobre esta importante etapa del sistema favoreció el próspero negocio de guarderías o escuelas infantiles indignas de tal nombre, en las que el mero recurso a una aberrante anticipación de los contenidos formales de la educación primaria favoreció la desgana, la apatía y hasta la fobia de muchos escolares a todo lo que signifique, escuela y educación.

Es conveniente, de otra parte, clarificar lo que se entiende por calidad de enseñanza. La disminución de las ratios, la incorporación de especialistas en educación física, idiomas o música, y el aumento de equipos de orientación profesional, son indicadores de calidad en principio. Pero sólo en principio. Si es cierto, por ejemplo, que muchos maestros siguen aplicando los mismos métodos ahora que empiezan a tener 25 alumnos por aula que los que utilizaban cuando tenían que atender a 50, nada tendrá de extraño que los profesores de secundarla sigan quejándose de que muchos estudiantes llegan a ese nivel sin dominar técnicas elementales del aprendizaje, como la lectura, la escritura y el cálculo mental.

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