Diván
Hace tiempo que me compré una silla para sentarme en el quicio de mi asombro, en el que preveía pasar una buena temporada, pero me quedé corta, y he cambiado el asiento por un diván rococó, una cosa más clásica, para mantenerme a tono con el espíritu de la época y que no se me eche en cara que estoy avanzada de moda. Prudente medida ahora que el galopante retroceso va a devolvernos al siglo XIX al tiempo que ingresamos en el XXI, mientras alguna gente corremos el riesgo de vernos arrumbados en el trastero del futuro, bajo el peligroso rótulo "Creían en el progreso", es decir, creían en la derrota de la intolerancia y en el predominio de la inteligencia positiva sobre las pasiones más egoístas y cerriles.Tumbadita en mi diván, veo como se derrumba el ideal internacionalista y, aumenta la creencia de que lo único bueno es lo que a uno le rodea, y hasta hay quien se mata con saña por eso, permitiendo que el enemigo cercano y engrandecido por el propio odio impida reconocer al enemigo más letal que se lleva dentro. Tras esas guerras y esas independencias que tan alegremente se celebran, vendrá la ruina, y las nuevas muertes alimentarán próximos odios. Qué más da: lo que importa es sacar a la calle una bandera., aunque ya nos advirtiera Flaubert de que todas las banderas están cubiertas de sangre y mierda.
Mi diván se encoge de respaldos y me dice que aún nos queda más por ver: el retorno de la jornada de 20 horas, el trabajo inhumano de los niños en las fábricas y la retirada del voto de la mujer, entre otros lodos que condujeron a estos fangos. Cáspita con el diván. Y añade -es un maldito cinéfilo- que no sabe por qué me asombro, que el panorama ya lo anticipó una película llamada Blade Runner, en la que el siglo XXI parecía sacado de un fragmento de Los miserables.
¡Mon dieu!
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