A examen
Montones de niños salen estos días de sus casas a primera hora de la mañanita, y tienen cara de llevar media en las agujas. A lo mejor la llevan. Son, los suspensos de junio, que van a examen; la mayoría temblándoles las piernecillas, porque ya no disponen de otro septiembre para enderezar las consecuencias de su mala cabeza. En las casas quedan las madres poniéndole una vela a San Antonio, y en la oficina, los padres, sin dar pie con bola, pendientes del teléfono para saber si hubo un milagro y el chavalín contestó las preguntas con fundamento.Luego ocurrirá lo que ocurra, y si vuelven a suspender, tampoco pasará nada: el mundo no se acaba en septiembre. Pero eso no lo saben ahora ni los niños ni sus padres y ésta es la razón de que tomen medidas para prevenir la catástrofe. Las medidas que toman los niños suelen consistir en ir bien provistos de chuletas y algunos consiguen verdaderas creaciones. Hace muchos años, las chicas llevaban las chuletas cosidas a las enaguas. Podían hacerlo sin el menor problema pues entonces sabían coser y, además, en cuanto aparecía el muslo desaparecía la decencia, por lo que sus faldas debían llegarles por debajo de las rodillas. El sistema decayó con la aparición de la minifalda, no por dificultades técnicas de ocultación de la chuleta -más arriba, las chuletas quedan mejor guardadas y calentitas- sino por razones de espacio. Con las chuletas cosidas, las enaguas parecían un tablón de anuncios, mientras en la braguita no cabe ni el principio de Arquímedes.
Los examinadores deberían tener en cuenta estas y otras dificultades que plantea la vida moderna a los suspensos de junio y aprobarlos a todos. A fin de cuentas, el mal rato que están pasando no se lo merecen ni el interminable Lope, ni el astuto Arquímedes, ni la procelosa ciencia matemática juntos.
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