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Un golpe pasado de moda

Los sucesos del 19 de agosto en Moscú tienen toda la apariencia de un golpe de Estado al viejo estilo, y, además, bien planeado. Pero no tienen lugar en las circunstancias del pasado. Aquellos que lo han ejecutado están en: vueltos en un desesperado intento de mantener la coherencia del sistema en el que han hecho carrera. En el pasado, un movimiento desde las altas esferas contra el poder era una respuesta al fracaso de un sistema para operar con efectividad. Ahora, se trata de rescatar el sistema de las consecuencias de su propia descomposición.Comparemos los acontecimientos del pasado lunes en Moscú con el último golpe de Estado, en octubre de 1964, cuando Nikita Jruschov fue depuesto. Hay muchas similitudes; ambos golpes habían sido planeados con tiempo y fueron consumados cuando las víctimas estaban de vacaciones. El de 1964 estuvo inspirado desde el PCUS y desde la burocracia del Estado: no deseaban que se ahondase en el ejercicio del poder "irreflexivo", del que Jruschov fue acusado en el comunicado que anunciaba su expulsión del cargo. Los cerebros del golpe estaban apoyados por el Ejército, convencido de que iruschov navegaba a contracorriente de sus intereses a largo plazo y de que comprometía, la seguridad del Estado. Fue reemplazado por una troika de grises funcionarios que pusieron un especial cuidado en asegurar a Occidente que no había nada que temer y que todos los compromisos internacionales serían respetados.

El cambio produjo en 1964 lo que Mijaíl Gorbachov llamaba "la era del inmovilismo", durante la cual la nomenklatura soviética consolidó su control sobre la sociedad de la Unión Soviética. Gorbachov, precisamente, intentó invertir esa paralización. En su cometido, se arriesgó a un contragolpe de aquellos que tenían profundas raíces en el antiguo orden.

Pero las similitudes entre los dos golpes no ocultan profundas diferencias. El golpe de 1964 desembocó en 20 años de ortodoxia comunista. El del pasado lunes podría conducir a una guerra civil.

Los hombres que desalojaron a Jruschov del poder (Leónid Bréznev, Nikolái Podgorny, Kosygin) eran todos ellos, sustancialmente, políticos por derecho propio. Aquellos que han depuesto a Gorbachov son criaturas del partido y de los servicios de seguridad. Su programa va poco más allá del intento de mantener la antigua unión y de rechazar las demandas de las repúblicas de una mayor autonomía.

Jruschov avanzó despacio, era un hombre del partido y al fin y al cabo no pudo cambiar su papel dirigente. Pero la Unión Soviética es ahora una sociedad plural. Hay muchos políticos en activo y, en particular, trabajando fuerte para las aspiraciones nacionalistas de las repúblicas. La cuestión ahora no es terminar con las facciones en que está dividido el PCUS, sino suprimir los sentimientos populares que han emergido con fuerza en los últimos cinco años. En este momento, hay en la URSS líderes políticos alternativos cuyo poder no emana del servicio al partido, sino de elecciones democráticas.

La diferencia ahora es que los nuevos líderes tendrán que asegurar que el Ejército y los servicios de seguridad actúen por todo lo ancho del país, y también tendrán que encontrar funcionarios locales que impongan los decretos centrales en un ambiente hostil. No será ninguna sorpresa encontrarse con focos de resistencia. Estos problemas se agravarán por la profunda crisis económica que van a heredar los nuevos dirigentes soviéticos, de unas dimensiones inimaginables en 1964, cuando todavía se creía que el sistema económico comunista podía mantener un crecimiento sostenido. La actual dirección sólo concibe una economía dirigida. Si éste es el modelo que van a seguir en el futuro, están condenados al fracaso. El intento de Gorbachov de transformar el orden económico ha empeorado la situación. La vida cotidiana es una lucha por la supervivencia. El cuadro actual es de derrumbe de la producción industrial, inflación en aumento, desabastecimiento crónico, retraimiento del comercio, un sistema de distribución colapsado y una deuda exterior que dentro de poco puede ser imposible de saldar.

Los intentos de dinamizar la economía estatal por la coacción hace tiempo que dejaron de funcionar. El principal fallo político de Gorbachov no ha sido la creación de un sistema alternativo sostenido por el consenso. La cuestión es que Gorbachov adquirió, sobre el papel, un enorme poder, pero insignificante desde el momento en que no había una maquinaria adecuada que reforzase sus decretos.

La última diferencia respecto a 1964 es el papel de la comunidad internacional. Jruschov tuvo sus momentos liberales, pero nunca fue un reformador. Cuando fue expulsado, las relaciones con Occidente estaban, desde luego, mejorando, pero Jruschov también estuvo involucrado en dos de las peores crisis de la guerra fría, Cuba y Berlín. La imagen de Gorbachov en Occidente ha sido siempre positiva. El derrocado líder de la Unión Soviética hizo posible una transformación pacífica de las relaciones Este-Oeste.

El interés del mundo occidental ha pasado del hombre al proceso que él puso en marcha. Bajo el mandato de Gorbachov nació la promesa de la integración de la Unión Soviética en la esfera de los Gobiernos democráticos y de la economía de mercado. Pero también existieron múltiples amenazas: una ruptura absoluta de la ley y el orden; un Estado dividido en facciones en lucha; el peligro de que incluso alguna de estas facciones pudiera hacerse con el arma nuclear; un elevado número de tropas soviéticas varadas en la ex RDA, y, finalmente, la amenaza de una emigración masiva hacia Occidente de la población soviética.

Quizá muchos de los dirigentes occidentales, aunque pongan mucho cuidado en admitirlo, compartían el temor a una situación fuera de todo control, argüida por aquellos que han llevado a cabo el golpe de Estado. Estos líderes también son conscientes de todas aquellas áreas en las que necesitan de la cooperación soviética -desde el control de armas a la cuestión de Oriente Próximo- Ahora, Occidente no debe reconocer el golpe de Estado, desde el momento en que ha apoyado activamente el movimiento hacia la democracia y un Gobierno constitucional. Tampoco deben los dirigentes occidentales dar credibilidad a las promesas reformistas que vienen de hombres con una fe incondicional en la preeminencia del Estado en todas las parcelas de la vida económica y social, y que además son producto del sistema que, sin duda, ha fallado. Los Gobiernos occidentales se enfrentan al dilema que supone tener un gran interés por el futuro de la Unión Soviética cuando tienen una influencia muy limitada para actuar en ella. El drama soviético tiene más espectadores que participantes.

Debemos confiar en que este golpe de Estado falle rápidamente. Si así sucede, el PCUS habrá terminado de ser una fuerza política de peso -y enhorabuena si así es- Si no falla, se vislumbran meses de tensión mientras que el sistema comunista cae en un caos económico,que el nuevo liderazgo será incapaz de resolver.

Copyright The Independent / EL PAÍS.

Lawrence Freedman es profesor de Estudios sobre la Guerra en el King's College de Londres.

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