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GOLPE DE ESTADO EN LA U.R.S.S.

Las anchas espaldas de Borís Yeltsin

Discípulo, rival y defensor de Gorbachov, el presidente de Rusia se ha convertido en el principal baluarte democrático

Sobre las espaldas de ese hombre corpulento que intenta encaramarse a un tanque, vestido de impecable traje y cuyo rostro aparece más encendido que de costumbre, descansan las esperanzas de millones de personas.Experto en gestos, Borís Yeltsin no olvida, una vez arriba y antes de sacar del bolsillo derecho de su chaqueta unos papeles, estrechar las manos de los dos tanquistas cuyas cabezas asoman por la torreta. De lo que diga depende que el golpe que acaba de destituir a Gorbachov triunfe sin resistencia o que ésta se organice en defensa de la libertad que ha traído la perestroika. Invoca la legalidad vulnerada, desafía a los golpistas, exige la presencia de Gorbachov, llama a la huelga general y a la desobediencia civil.

El falso general

Como aquel falso general Della Royere que acabó fusilado como si del verdadero se tratara, Borís Yeltsin ha interiorizado de tal manera el personaje que el destino -es decir, el encadenamiento de las casualidades- le deparó, que se ha convertido en el símbolo máximo de un futuro de libertad para el país más grande de la tierra.

Un destino que no estaba escrito en las estrellas.

Hijo mayor de un campesino y de una costurera, que lo era a su vez de un zapatero, Borís Yeltsin vino al mundo en un arrabal de la ciudad rusa de Sverdlovosk, en los confines de los Urales que separan a Europa de Asia. Primogénito en una familia de seis hermanos, diversos testimonios de quienes le conocieron de niño y adolescente coinciden en subrayar como uno de los rasgos de su carácter cierta forma especial de rebeldía que suele, manifestarse como espíritu de contradicción.

Nació Boris un primero de febrero de 193 1, un mes escaso antes de que, en otro confín de la inmensa Rusia, llegara al mundo quien andando el tiempo habría de ser, alternativamente, su principal mentor y su más directo rival. Alguien por cuya inmediata liberación clamaría desde lo alto de un tanque sesenta años más tarde.

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Estudió ingeniería, como su mujer, Naina Iosevna. Fue un buen estudiante al que gustaban las matemáticas y las faldas, así como el voleibol, deporte que practicó tanto en calidad de jugador como de entrenador (de un equipo femenino). Obtenida la licenciatura en 1955, trabaja en el ramo de la construcción y en 1961, a los 30 años, se afilia al Partido Comunista.

Sus enemigos dicen que se afilió porque era ambicioso y el carné era obligado para intentar hacer carrera. La hizo. Silenciosamente hasta fines de 1985, estruendosamente después. En esa fecha fue elegido secretario general del PCUS en Moscú tras casi veinte años como discreto dirigente local en los Urales.

La llegada de Gorbachov al poder, en marzo de 1985, le proporcionaría, aparte de la posibilidad de ascender rápidamente en la jerarquía, la referencia que necesitaba para brillar con luz propia. Paradojas del poder: su liderazgo, indudable desde que se enfrentó al padre de la perestroika, no hubiera sido posible sin ese espejo en el que mirarse, con el que medirse, al que trasladar la pregunta de la hermanastra de Cenicienta.

Reformista radical desde que serlo no implica ser enviado a Siberia, Yeltsin no consigue, pese a su pericia en la esgrima, esquivar las resistencias del conservadurismo vigilante, y, entre noviembre de 1987 y febrero de 1988, es licenciado, primero de la secretaría general del partido en Moscú, y luego de su puesto en el Politburó.

Así forzado por las circunstancias a elegir destino, opta por ser Vittorio de Sica-Della Rovere y con un asombroso talento consigue invertir en su favor los golpes que ha recibido: en adelante encabezará la denuncia contra las vacilaciones y renuncias del gorbachovismo ortodoxo, cabalgando -según una vieja enseñanza de Lenin- cuanta protesta, del signo que sea, aparezca en cualquier sector de la sociedad.

El ingeniero y aparatchik llegado de los Urales descubre que su fogoso estilo conecta fácilmente con un público ansioso de evidencias elementales. Habiendo sido señalado por los conservadores como el enemigo principal, su discurso combina los recursos del victimismo con los del radicalismo: los dos componentes clásicos del populismo.

Como en toda sociedad en crisis de valores, esa combinación resulta de enorme eficacia. Tanto más cuando lo que denuncia, las dachas de vacaciones, los almacenes especiales, la corrupción de la clase dirigente, es tan real como las colas, el desabastecimiento, el hacinamiento agravado por el regreso a la capital de los rusos que huyen de la agitación nacionalista del Cáucaso o de las repúblicas del Asia Central que el breznevismo había intentado repoblar en la década de los setenta.

Borís Yeltsin se revela en Po co tiempo como un político de primera magnitud. Le gusta la política y lleva la controversia en las venas. Su biógrafo, el historiador Andrel Gariun, ha recordado un episodio que refleja esa inclinación. En 1984, todavía en su región natal, organizó una auténtica campaña, incluidos debates públicos, con motivo de unas elecciones locales para las que no había lista alternativa. Sólo por el gusto de discutir con la gente, y tratar de convencerla.

Una primera prueba de la eficacia de ese discurso populista la dará Yeltsin en las elecciones para el Congreso de Diputados de la URSS, en 1989. Para entonces su popularidad se relaciona con la de Gorbachov según el mecanismo de los vasos comunicantes: a mayor crédito del uno, descrédito mayor del otro, invirtiendo las posiciones según se trate del ámbito internacional o de la esfera interior.

Su salida del partido comunista, en julio de 1990, en el curso del 28 congreso, sirve tanto para escenificar su ruptura con el pasado como para coronarlo con el laurel de líder de la oposición. Pero para serlo de pleno derecho, con capacidad para disputar la primogenitura a Gorbachov, había que resolver el asunto de los nacionalismos.

Asumir las reivindicaciones de todas las repúblicas empeñadas en hacer estallar el imperio es un asunto delicado para la república rusa, que agrupa a 150 de los 285 millones de habitantes de la URSS y cuya historia es la de la voluntad de integración, desde al menos el siglo XVI, de esa periferia. Como ha escrito, citando a Alejandro Tsipko, la escritora Heléne Carrere d'Encause, "Vilna está en su derecho de separarse de Moscú, pero Moscú no puede abandonar Moscú".

No obstante, y en un momento en que la cuestión de los nacionalismos amenazaba con arruinar todo el proceso democratizador, Yeltsin decidió eabalgar el tigre: no sólo se convirtió en el abogado de todos los irredentismos, los arraigados en la historia y los de reciente invención, suio que se apuntó él mismo a la ola nacionalista rusa.

Apuesta discutible

Un nacionalismo ruso que reclama la autodeterminación de las repúblicas y la propia soberanía no sólo constituye algo insólito en la historia de ese país sino una apuesta nioralmente discutible; pero resultará decisiva para neutralizar, en el plano político, otras tendencias nacionalistas de raíz religiosa y muy conservadoras, permitiendo a Yeltsin ganar las elecciones rusas de junio de 1991: en la primera vuelta y con más del 57% de los votos.

Así, su condición de único líder de cliniensión nacional elegido directamente por sufragio univensal le ha convertido en el principal baluarte democrático frente a los golpistas. Su contradictoria blografia, en la que hay bastantes, episodios chuscos, otorga cierto fundamento a la doble acusación de oportunista y aventurero con, que desde hace anos ledistinguen sus enemigos.

Es posible que lo sea, pero la historia ofrece numerosos ejemplos de personas que, a despecho de esos antecedentes, acabaron encarnando las más nobles causas por ser capaces, en un momentodado, de un gesto de dignidad. Desde la torreta de un tanque, por ejemplo.

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