Nuevas maneras de nacer
UNA DE las felices operaciones de la ciencia de nuestros días ha permitido que Arlette Schweitzer pueda albergar en su útero un óvulo de su hija Christa Uchtyl, fecundado in vitro por el esposo de ésta: se prevé un parto feliz. La ventaja de que la portadora sea la madre biológica de la que lo es del feto, que por tanto será legalmente su nieto, es la de que no hay posibilidades de rechazo, o se han reducido mucho, como las de cualquier otra incidencia. Las nuevas posibilidades científicas en este aspecto de la vida humana son grandes y permiten remediar los dramas de la esterilidad por las muchas causas que puede haber (Christa nació sin útero), cuando se sabe que una mayoría de las mujeres y una parte considerable de los hombres desean tener hijos, incluso por la vía de la adopción, que puedan prolongar por vías culturales y de conocimiento la personalidad de los padres adquiridos, y supone un remedio social a los otros casos en los que la permanencia del hijo biológico con sus padres es imposible.La singularidad del caso de la madre-abuela ha producido algunos sobresaltos en personas aficionadas a la letra de las cosas. Dudan de su legalidad y dudan, sobre todo, de su moral. La moral consiste en unas normas que la mayoría de la sociedad se da a si misma por razones muchas veces materiales o de organización que corresponden a la época en que se promulgan y a las posibilidades existentes. Normas, por tanto, que se modifican en la medida en que cambian las condiciones, aunque es cierto que hay una cierta continuidad de todas las civilizaciones y épocas respecto a ciertos valores centrales: en ninguna se considera preferible la cobardía a la valentía, o apreciable la mentira o el asesinato.
En cualquier caso, es evidente la imposibilidad de responder con pautas tradicionales a situaciones radicalmente nuevas, como las planteadas por la moderna biogenética. Sobre todo, porque falta experiencia contrastada, sin la que ninguna moral hubiera sido posible. Es cierto que algunas experiencias de nuestro siglo aconsejan prudencia; pero entre la temeridad experimental y la pura superstición, que impediría cualquier avance, existe un territorio que permite resolver problemas concretos de los seres humanos sin dañar a otros. Es el caso de la madre-abuela norteamericana, en el que ni siquiera podría ser evocado el tabú del incesto.
No parece, por lo demás, que el Estado, sea lo que fuere en la realidad de cada país y su forma de ser administrado, deba seguir entrando tan directamente en problemas que afectan a la persona, a su cuerpo y a su manera de estar en la vida. Si este caso está siendo debatido en todas partes es porque forma parte de la lucha por la supresión de algunas actitudes fundamentalistas que, bajo la apelación a la propia conciencia, no dudan en coaccionar la de los demás, como pasa en ocasiones con médicos y farmacéuticos colegiados. Estos grupos de opinión están determinando un retraso considerable en la implantación de medidas y de hallazgos que ya se saben posibles. No son actitudes nuevas a lo largo de la historia: en los peores casos han erradicado para siempre o por muchos siglos inventos, descubrimientos, conocimientos. No parece que hoy sea muy posible convertir esas actitudes en dominantes, aun con el nuevo conservadurismo que se desarrolla en toda esta zona del mundo en la que vivimos.
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