El declive de la industria alimentaria
Los cambios económicos producidos en nuestro país en los años cincuenta-sesenta con la industrialización, la urbanización, el crecimiento en general de los niveles de renta e incluso una cierta incorporación de la mujer al mercado de trabajo, originaron cambios importantes en el consumo de alimentos, y ello, a su vez, en el surgimiento y desarrollo de la industria alimentaría.A lo largo de las últimas décadas, como sector industrial, ha tenido un crecimiento más regular que otros sectores, sin periodos de expansión espectaculares, pero tampoco ha sido afectado en la misma medida por los vaivenes de las crisis económicas.
Hoy es uno de los sectores más importantes, con un volumen de facturación de 5,6 billones de pesetas en el año 1990, lo que equivale al 17% del total, el 13% del valor añadido y el 12% de los empleos industriales.
La estructura industrial tiene como característica su gran atomización. Según la última encuesta industrial del INE, existen 42.000 centros, de los cuales 39.000 tienen menos de 20 trabajadores. Esta inmensa mayoría de empresas de tan reducido tamaño están especializadas en líneas de producción tradicionales, atendiendo mercados locales de pequeña dimensión, fuera de los cuales no tienen capacidad alguna para competir. Por supuesto, el mercado único es inaccesible, pero, de no modificarse su situación, tampoco podrán mantener los mercados nacionales, en los que pierden año tras año cuota de mercado. Que menos de 2.000 empresas (de las-42.000 existentes) tengan el 94% de la facturación es, en sí mismo, un dato concluyente.
En el año 1987, la federación de alimentación de CC OO hacía la propuesta de creación de redes comerciales de carácter público, o al menos con la iniciativa y el apoyo de la Administración, que posibilitaran a las pequeñas y medianas empresas para acceder en condiciones de competencia a los mercados. Ello podía significar la vía para solucionar el primer problema de la gran mayoría de empresas, como es la inexistencia de redes comerciales y la imposibilidad de crearlas.
A la caracterización de la industria alimentaria como un sector minifundista o atomizado hay que destacar de otro lado la fuerte concentración que se está produciendo, en niveles de facturación y control de mercado, en un reducido grupo de empresas, sobre todo y mayoritariamente de capital extranjero o multinacional.
Capital extranjero
En sólo cinco años, las ventas de las empresas controladas por capital extranjero han aumentado 12 puntos su cuota de mercado, alcanzando el 39,1% en 1989; con crecimientos medios anuales de entre dos y tres puntos y con tendencia creciente a seguir aumentando su cuota, no sólo a costa de las pequeñas y medianas empresas, también de las que en esta industria y en este país podemos considerar como grandes.
Las principales empresas españolas, comparadas con sus homónimas europeas, tienen asimismo una dimensión muy reducida, por lo que es evidente la necesidad de concentrarse si se quiere competir con los gigantes europeos. Tal evidencia, no obstante, choca con la mentalidad del empresario español, que parece preferir aquello de ser cabeza de ratón o vender la empresa y que produzcan ellos.
Con esta debilidad del tejido productivo, es fácil para las empresas multinacionales no sólo hacerse con una participación importante del sector, sino conseguir una posición de dominio.
Llama la atención la actitud impasible de la Administración no interviniendo ni aún en los casos de compra de empresas que, fusionadas, consiguen la mayoría en determinados subsectores, por ejemplo en cervezas, azúcar, aguas minerales, bebidas alcohólicas, aceites, etcétera.
¿Se consulta al Tribunal de Defensa de la Competencia ante operaciones que suponen doblar los índices a partir de los cuales se puede incurrir en abuso de posición dominante?
¿Se analizó si existieron prácticas abusivas por las empresas que están en posición de dominio, en fijación de precios, condiciones comerciales, distribución, etcétera, en un sector donde el IPC tiene una gran, incidencia?
Ante tales interrogantes, al menos no se conocen las respuestas.
Es imprescindible alertar del alto riesgo de este tipo de inversiones y urgir la necesidad de rigor en las negociaciones, en, los incentivos a esas inversiones y sobre todo en el control, directo o indirecto, que pueden conseguir en el mercado.
Hay que tener en cuenta además que no sólo está afectada la industria alimentaria, sino también la agricultura, de la que se transforma el 75% de la producción agrícola.
Otro aspecto esencial a tener en cuenta para la realidad de hoy y para el futuro (mercado único) es la posición comercial exterior de este sector industrial.
Es manifiesto el deterioro paulatino de la balanza comercial exterior, con una evolución que ha llevado 'a cambiar el signo positivo por el negativo en los dos; últimos años.
Política inexistente
El déficit en alimentos transformados y de origen animal no se compensa con el signo positivo de los productos vegetales. Productos tan típicamente exportadores como conservas de pescado o zumos tienen ya un saldo exterior negativo.
La política seguida en cuanto a búsqueda de nuevos mercados exteriores no ha existido, salvo pequeñas excepciones, limitándose en la práctica a colocar corno se podía los excedentes coyunturales.
Por el contrario, países comunitarios que son potencias en la industria alimentaria, como Francia, Holanda o Alemania, tienen constituidos institutos para la exportación específica en esta industria, con eficacia demostrada a lo largo (le los años.
Dejar exclusivamente en manos de los propios industriales la creación de nuevos mercados no es suficiente garantía. Los empresarios españoles, una vez más, no han sido capaces de ver la necesidad de invertir hoy, creando mercados fuera para obtener beneficios en el medio plazo.
Los años de crecimiento y bonanza de la industria alimentaria se han basado casi en exclusiva. en la demanda interna. El crecimiento experimentado en el periodo -1973-1985-, con un índice del 6, 1 % de media anual, frente al 2,7% del conjunto de la industria, no se produce por el dinamismo exportador.
En contraste con el conjunto (le la industria, donde el 90% del crecimiento se debe a la demanda externa, en la industria alirnentaria el 86% se explica en razón de la demanda interna.
Pero no es posible confiar el crecimiento en las mismas bases. Por un lado, como queda dicho, por el gran aumento de las importaciones que se incrementarán cuando no haya fronteras comerciales; de otro, en que comienza la aparición de ciertos síntomas, constatados, a finales de los años ochenta, que indican un cierto nivel de saturación del consumo alimentario.
Estos factores, junto a otros corno la inexistencia de inversiones en I + D y formación profesional, son las causas determinantes de la escasa competitividad de este sector, en el que, por cierto, los costes laborales unitarios están por debajo del nivel medio de la industria española.
Aunque el tiempo perdido es irrecuperable, y con él una buena parte de la estrategia comercial del sector cara al mercado único, si se quiere optar por el desarrollo de la actividad productiva, la competencia y el empleo, es urgente negociar un plan industrial integrado (que abarque producción y distribución) entre los agentes sociales y la ineludible partición del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
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