El sopapo invisible
Cuando era pequeño y me preguntaban qué quería ser de mayor, siempre contestaba que deseaba ser invisible.Desde entonces, todos mis sueños se basaban en divertidas peripecias en las que un ser invisible besaba a las chicas sin que éstas se apercibieran, o cometía pequeñas barrabasadas con sus compañeras de clase.
Conforme fui creciendo cmpecé a notar un cambio brusco en mi personalidad e inventé el sopapo invisible.
Mis actuaciones ya no eran benefactoras como antaño, ya que tenían un claro matiz educativo y a la vez vengativo.
Si veía tirar papeles, gritar sin mesura, romper farolas o litronas, orinarse en las fachadas, mi otro yo no se podía contener y arreaba al sujeto un tremendo sopapo invisible. La sonoridad del sopapo iba in crescendo según el delito cometido, y el baremo que yo había fijado me parecía justo y equitativo.
Si se trataba de una fogata prohibida, solían recibir el castigo tanto el ejecutor como el resto de los consentidores, y este correctivo no cesaba hasta que se apagaba la hoguera.
No sabe usted, señor direc
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tor, lo gratificantes que resultan estos sopapos invisbles y el efecto que producen, ya que el que los recibe se cura de estupor y no vuelve a reincidir.
Creo, señor director, que, gracias al trabajo que estoy desarrollando, dentro de escasos meses tendremos una ciudad limpia de papeles y orines, silenciosa, en la que se respete el sueño de los demás, desaparezca el listillo de turno que se salta las colas y semáforos y el potencial incendiario. Sin embargo, estoy preocupado, señor director, porque ya no utilizo mi preciado don de invisibilidad para besar a mis compañeras de oficina.
He caído en las redes del sopapo invisible, que es enormemente excitante y no sé si alguna vez lograré dominar mi doble personalidad sin padecer un peligroso síndrome de abstinencia-
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